lunes, 24 de noviembre de 2014

La hipocresía de los medios de comunicación

Se es hipócrita cuando se finge cualidades o sentimientos que son contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.Evidentemente, cuando hablamos de los medios de comunicación nos estamos refiriendo a los dueños que en Asamblea de Accionistas deciden la política y las líneas generales que seguirá la empresa de comunicación; nos referimos a los ejecutivos y directores que adoptan las decisiones en relación con los contenidos que emiten esos medios de comunicación; y finalmente, a los profesionales de todo tipo (administradores, publicistas, periodistas, etc) que ejecutan las decisiones adoptadas por la empresa y le dan forma a los contenidos que se le brinda a la sociedad.
La hipocresía de la que hablamos tiene diferentes caras y se da en distintos espacios. A nivel de la Asamblea de Accionistas, el interés es obtener el máximo de dividendos o ganancias, para ello la Junta Administradora de la empresa hará todo lo necesario para que el medio de comunicación venda sus productos; el problema es que ello, en no pocas ocasiones, se hace con contenidos que desprestigian el trabajo de otras personas y tiene como propósito provocar la reacción (noticia) o la compra de espacios para desmentir o dar a conocer el trabajo de las personas desprestigiadas.
A la par de estas prácticas encontramos el desarrollo de contenidos frívolos (espectáculos ligeros y sensuales) que no aportan absolutamente nada para el beneficio y al crecimiento de la sociedad. Empero, los medios de comunicación presentan estos contenidos como parte de nuestra idiosincrasia y como expresiones de la cultura popular, cuando en realidad se trata de contenidos cuyo único objetivo es el lucro fácil por medio del uso o instrumentalización de hombres y mujeres tanto en su condición de emisores como de receptores.
Esta utilización para obtener mayores ganancias, tiene uno de sus momentos más deprimentes cuando se acerca el fin de año. Proyectando la imagen hipócrita de empresas solidarias, se dedican a exhibir a seres humanos que están en una condición de miseria y a partir de ahí, generan un mecanismo para que el resto de las personas aporten su dinero (no el dinero de los medios de comunicación) y así, supuestamente, satisfacer las necesidades de aquellas personas que han sido exhibidas y que se han utilizado para cubrir muchos minutos de la programación televisiva o radiofónica, así como varias páginas de los medios digitales o impresos.
¿Y el resto del año: qué? ¿Y las otras personas que viven en la miseria y la pobreza: ¡Salados, este año no les tocó! ¿Por qué algún directivo de la Junta Administradora o alguno de los accionistas de los medios de comunicación no proponen que un porcentaje de los dividendos que reciben se dediquen para sacar, de manera sostenida, a estas personas de la miseria? Nuestros abuelos tenían una señal muy particular que hacían con los dedos, para expresar la oposición que tendría semejante propuesta.
La hipocresía resulta redonda cuando observamos la oposición y la campaña de desprestigio que realizan contra aquellas instituciones que sí permiten a las personas salir de la miseria. No hay que ser muy inteligente para saber que muchas de esas instituciones están vinculadas con la educación, ya que este es el principal medio para lograr que estos seres humanos puedan dar un salto cualitativo y de paso, sacar a sus familiares de la miseria extrema. Una cosa es lucrar con la miseria de la gente y otra muy diferente es preparar a las personas para salir de esa condición.
Los directores de medios de comunicación con tal de satisfacer las exigencias de beneficios de las empresas, han estado dispuestos a brindar y aprobar contenidos que insultan la inteligencia de las personas. El amarillismo se ha convertido en el pan nuestro de cada día, los sucesos, las catástrofes y demás contenidos sensancionalistas, ocupan los espacios de difusión en la mayoría de medios de comunicación; todo ello, con la complacencia y el beneplácito de los directores de medios que, casualmente, deberían ser los encargados de oponerse y procurar otro tipo de contenidos. ¡Pulitzer y Randolph estarían felices con este tipo de gente!
No obstante, a esos amarillistas del siglo XIX, los han superado con creces al sumar al amarillismo los contenidos de color rosa. Con ello lo superfluo ha llegado a su máxima expresión, al punto que hay directores de medios que consideran las relaciones sentimentales entre miembros de la farándula como un contenido que merece ser exhibido en lo que llaman horario de máxima audiencia; divorcios, infidelidades, pasarelas con poca ropa, en fin, las más variadas estupideces son lanzadas al público sin el menor sonrojo.
Ahhh, pero no dudan en salir en los medios de comunicación, desgarrándose las vestiduras cuando los estudios de las instituciones que suelen criticar indican: 1) Que el costarricense no tiene entre sus hábitos la lectura. 2) Que el costarricense no conoce de la historia patria y mucho menos la historia universal. 3) Que el costarricense no sabe escribir y tampoco hablar en público. 4) Que el costarricense sólo piensa en el fútbol, las fiestas de fin de año y en el guaro. Y uno se pregunta: ¿Y qué esperaban? ¿Por qué no se preguntan cuál es la responsabilidad que ellos tienen en esta situación? ¿No es hipócrita esta forma de actuar?
Finalmente, encontramos a los que se encuentran al final de la cadena. Desde presentadores, periodistas, animadores, humoristas y demás personajes que evidencian su falta de preparación y sus carencias de una cultura mínima necesaria para aparecer en los medios de comunicación. Sinceramente, uno no sabe si se debe a que cumplen órdenes o si es su forma de entender los procesos de comunicación.
Muchos no entienden cuestiones básicas como la diferencia entre informar y opinar. En especial los noticiarios está plagado de personas que en lugar de informar, es decir, describir el hecho noticioso sin emitir juicios de valor; lo que hacen es manifestar sus valoraciones (sin que el público le interese o se lo haya pedido) de acuerdo a una ideología cargada de lugares comunes, en otras palabras, nos presentan como un hecho lo que es en realidad un juicio de valor.
Ni que decir de aquellos que consideran necesario comportarse de una determinada manera y hablar con un determinado “léxico”, cuando están presentando los contenidos de color rosa al penitente público que deberá aguantar la sección de espectáculos. Evidentemente uno puede hacer zapeo, cambiar de estación o no leer la sección respectiva; sin embargo, ese no es el asunto, el problema está en que los medios de comunicación se presentan como los garantes de nuestro derecho a la información y lo que nos brindan son opiniones que además son poco fundadas.
Nos piden que defendamos la libertad de prensa y lo que ofrecen son contenidos insustanciales y que en nada benefician a la sociedad.
La hipocresía está en que dicen una cosa y hacen otra. En que presentan una cara y su verdadera cara es otra. Han perdido la capacidad de autocrítica y si hubiese que buscar una pintura para ilustrar esta realidad, me quedaría con “El grito”.
En el lienzo de Edvard Much, los colores que hemos señalado, se entremezclan con otros como el negro, el rojo, el azul y el verde,  para servir de telón de fondo a la desesperanza del artista que, al igual que nosotros, observa un mundo y una comunicación cada vez más hipócrita, con ningún indicio de cambiar.

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