lunes, 25 de mayo de 2015

Libertad de pocos, igualdad de muchos

¿Qué es la libertad? ¿Qué es la igualdad? Para empezar son términos vacíos, es decir, su significado va depender de la contestación que le demos a la pregunta: ¿Qué? Cuando hablemos de la libertad o de la igualdad es necesario preguntarse: ¿Qué libertad? o ¿Qué igualdad?
El problema es que se tiene o se ejercita la libertad o igualdad respecto de alguien o de algo, es decir, no se es libre o igual respecto de nada. Por ello, paralelamente a las anteriores preguntas, también hay que responder: ¿Libertad en relación con quién? ¿Igualdad respecto de quién?
Para que nos entendamos, la libertad es un término que supone la existencia de algo o alguien que nos impide o nos restringe. Tradicionalmente existe algo o alguien que nos impide ser libres o a contrario sensu, la libertad implica que hay algo o alguien que nos esclaviza.
Lo mismo sucede con el término igualdad. Pretendemos ser iguales respecto de algo o alguien, ya que no se puede ser igual en relación con uno mismo; por ello, la igualdad supone que hay algo u otros que son distintos a mí; busco la igualdad en algo o respecto de alguien que es un punto de referencia para alegar la necesidad de igualdad.
Así las cosas, las respuestas a las preguntas planteadas nos va a permitir establecer varios significados de las palabras libertad e igualdad. Puede ser que la libertad a la que me refiero es aquella que ha sido definida como libertad negativa, la cual consiste en que no haya algo o alguien que me impida: pensar, moverme, hablar, escribir, etc.; ese algo puede ser una fuerza natural o una fuerza humana que me esclaviza.
Pongamos ejemplos que siempre nos permiten explicarnos mejor. Una persona que es atrapada por una fuerza natural, pierde su libertad cuando está impedida de moverse de un lugar a otro; sin embargo, esa misma libertad puede perderla no por la fuerza de la naturaleza sino por la fuerza un ser humano, el ejemplo típico es el de la persona que impide a otra moverse y que la obliga a permanecer en un solo lugar.
Cuando hablamos de poder político nos referimos al uso que se hace de la fuerza física por medio de las personas que forman parte del aparato represivo del Estado, dicho de otro modo, una persona tiene poder político cuando puede ordenar a esas personas usar la fuerza física contra otras personas sin que ello sea considerado ilegítimo.
La libertad negativa consiste en la obligación de los que ejercen el poder político, por medio del Estado, de realizar acciones que impidan a las personas llevar a cabo una serie de acciones que se han valorado o estimado necesarias para su desarrollo. En ese sentido, a lo largo de la historia se ha considerado necesario, por ejemplo, que las personas puedan desplazarse de un lugar a otro sin que los aparatos represivos del Estado le impidan hacerlo o peor aún, lo apresen en razón de una orden arbitraria de aquel que ostenta el poder político.
No obstante, aunque la libertad negativa requiere de la abstención de la conducta o acción que esclaviza a la persona, ello no es suficiente para que ella ejercite la libertad de manera plena. Dicho de manera sencilla, la libertad de desplazamiento de un lugar a otro requiere, además de que el Estado se abstenga de  impedir mi movilización, que yo tenga la posibilidad real de moverme.
Una persona que tiene un impedimento físico para desplazarse tiene una libertad menor de desplazamiento que aquella sin impedimento físico o respecto de aquella que, además, cuenta con un vehículo para desplazarse. Mientras a lo interno del Estado la primera persona no puede ejercer la libertad de tránsito, la segunda la puede ejercer de manera más limitada que la tercera, debido a que una posee vehículo y la otra no.
Cuando nos percatamos de esta circunstancia también aparece el problema de la igualdad, ya que existe una diferencia entre aquellos que poseen los recursos para ejercitar la libertad y aquellos que no los tienen; los primeros, al tener un vehículo, pueden ejercitar la libertad de tránsito de manera más efectiva que aquellos que no lo tienen o que están impedidos físicamente de hacerlo.
Las personas, generalmente, se fijan en la libertad negativa pero no se percatan de la necesidad de la libertad positiva y, mucho menos, encuentran relación entre aquellas libertades y la igualdad. Usualmente se miran como términos que no se relacionan y ello es así, porque hay personas muy interesadas que esa relación no se haga.
La libertad negativa se corresponde con la denominada igualdad jurídica y la libertad positiva está vinculada con la llamada igualdad social. La libertad negativa es más fácil de llevarla a la práctica porque supone la abstención de una conducta, es decir, que el Estado no haga determinadas acciones en relación con todas las personas; sin embargo, en el caso de la libertad positiva, esta no se puede ejercitar de la misma manera si las personas no poseen los mismos recursos para ponerla en práctica o si el Estado no realiza acciones para equiparar los recursos con que cuentan las personas.
Teniendo en cuenta la diferenciación que hemos hecho, el problema más complicado se encuentra en la posibilidad que tienen las persona de más recursos de invocar la igualdad para aprovecharse de las acciones que se realizan para favorecer a los que menos tienen. Pensemos en la atención médica en un hospital de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), allí tendrá que ser atendido el que no tiene nada y el que tiene mucho; sin embargo, este último también tiene la opción de ir a la medicina privada para curar sus padecimientos, pero ello no le es posible al que tiene poco.
De hecho, si al que tiene mucho se le dijera que no va ser atendido en la CCSS porque él puede pagar su atención en la medicina privada, inmediatamente pondría un recurso de amparo alegando la violación de la igualdad jurídica garantizada por el artículo 33 de la Constitución Política. No obstante, si al que tiene poco se le negara la atención en un centro médico privado por no poder pagar la atención, éste no tendría posibilidad acudir ante la jurisdicción constitucional alegando la igualdad social.
Los que más tienen, pueden argumentar la igualdad jurídica para beneficiarse de las medidas que se realizan para lograr la igualdad social entre las personas. Sin embargo, los que menos tienen no pueden alegar la igualdad social para equiparar los recursos que permiten ejercitar la libertad de manera efectiva.
Por eso, señores, quienes abogan por la igualdad, siempre tendremos que lidiar con esta realidad; es decir, los otros que defienden la libertad negativa, siempre tienen en la igualdad una ventana para acceder a los beneficios de la equidad, pero al revés no funciona de la misma manera y ellos sí pueden impedir a los que menos tienen colarse por la ventana y exigir que se distribuyan equitativamente los recursos.
Desgraciadamente esta realidad no está a simple vista y cuesta entenderla, por ello la mayoría de las personas termina más interesada en el fútbol o en cualquier otra actividad que le signifique develar la cruel realidad en la que vivimos. Ante esta cruel realidad, tal vez, haya algunos que lean estas líneas por el solo hecho de ver escrito:  ¡Viva Heredia por media calle!

lunes, 18 de mayo de 2015

El principio de universalización del seguro social

El seguro social se desarrolló en respuesta a la necesidad de agrupar los riesgos sociales dentro de una colectividad identificable, cuyos miembros tuvieran la capacidad y el interés común de contribuir al costo de enfrentar tales riesgos. Estos regímenes iniciales estaban en función de las características y las necesidades de las personas aseguradas. Tendían a ser limitados en su cobertura ocupacional, hasta el punto de estar restringidos, en algunos casos, a determinados grupos profesionales en particular.
En sus orígenes, la aplicación de los seguros sociales estaba en función de los trabajadores a los cuales se les reconocía derecho a la protección en la medida que su actividad laboral aportara un esfuerzo útil  a la sociedad y por supuesto, en la medida que se pudiera pagar el seguro. Este seguro funcionaba como cualquier otro seguro de los que negocian las aseguradoras de cualquier parte del mundo.
El que podía pagar el seguro, en principio, estaba en la posibilidad de estar cubierto de los riesgos a los que estaba expuesto en razón de la actividad laboral a la que se dedicaba; es decir, se trataba de un seguro socialmente focalizado a aquellos que podían pagar y aun así, no siempre eran atendidos oportunamente por quienes tenían la obligación de hacerlo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de países europeos se estableció la universalidad del seguro social, para contrarrestar el beneficio desigual que se había dado anteriormente. Se definió el principio como el derecho de todas las personas de participar de los beneficios del sistema de seguridad social y con ello se pretendía superar las limitaciones propias de los anteriores seguros, ya que estos habían nacido como un sistema de protección excluyente.
En Costa Rica desde 1927 el Ministerio de Salud y Asistencia Social había aprobado el primer código de salud y a partir de 1928 estableció y promulgó un grupo de reglamentos que más tarde, en 1942, se integrarían al Código de Trabajo. Como ya sabemos, en la Constitución Política aprobada en 1949, se mantuvieron las conquistas aprobadas a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado; pero fue en 1961 que la Asamblea Legislativa modificó la carta magna para agregar una norma que impuso a la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS),  la obligación de extender a toda la población el régimen de enfermedad y maternidad y le fijó un plazo de diez años para hacer realidad el principio de la universalización del seguro social.
En consecuencia, esto generó un cambio que obligó a la incorporación de nuevos grupos no cubiertos hasta entonces por la seguridad social. Los trabajadores independientes, así como los económicamente incapaces o indigentes, fueron cubiertos por la seguridad social que el país había venido desarrollando hasta aquel momento.
Desgraciadamente los valores de solidaridad y equidad que inspiraron aquella reforma, han venido a menos en la jerarquía de valores de la sociedad costarricense. En lugar de seguridad social se habla de seguridad jurídica entendida como seguridad de las inversiones de unos cuantos o como cumplimiento de las condiciones leoninas de un contrato que perjudica abiertamente al Estado costarricense. Lo peor es que hay personas que caen en la trampa y despotrican abiertamente contra la universalidad como principio de la seguridad social del país.
La CCSS tiene que ser saneada de una serie de personas que, estoy seguro, ni siquiera saben cuál fue la filosofía que la inspiró y mucho menos conocen de la historia que la hizo nacer. Empezando por muchos de los médicos, no todos, subrayo, no todos, que han convertido a la institución en una fábrica de embutidos y debido a que, a lo interno, sus subalternos les tienen miedo y por eso hacen con ellos, y con la institución, lo que les da la gana.
Cualquier persona con un dedo de frente y que haya estado cerca de la CCSS, se percata de lo que allí sucede; sin embargo, no pasa nada porque existe una lógica de la impunidad ante los actos que realizan los que están más arriba en la escala jerárquica. Además, se escudan en un discurso técnico-médico que perméa no sólo los casos de mal praxis como los que se han estado dando durante años, sino también los fallos que se han dado en la administración y control de los diversos órganos de esa institución.
La universalización del seguro social es un principio inspirador de la CCSS, pero muchos se han olvidado de él para dar rienda suelta a lo opuesto. El hedonismo y el afán de hacer dinero, aunque sea a costa de la salud de los usuarios es lo que campea en muchos médicos que perdieron totalmente su vocación; por lo menos antes se creían como dioses pero eran honrados, ahora la cosa se complicó totalmente: siguen creyéndose dioses pero ahora son todo lo contrario de los adjetivos positivos de cualquier dios.
¡No todos! Aunque hay bastantes y cada vez se gradúan más, pareciera, con la misma mentalidad de hacer dinero a toda costa.

lunes, 11 de mayo de 2015

¿Cómo vacunarse contra la demagogia?

Desde el siglo pasado se ha tratado de evidenciar la diferencia entre la retórica y los hechos. En la dinámica política las palabras se convierten en un instrumento poderoso para exaltar la adherencia irracional en contra de la ponderación inteligente de un discurso plagado de falacias y que apela a los sentimientos. No es fácil abstraerse de la borrachera ideológica que encanta y que trata de ocultar las acciones y hechos realizados por quien, sin el menor sonrojo, se presenta como el salvador o el líder de un pueblo.
Ante el embrujo de las palabras siempre se ha recomendado examinar los hechos o las acciones realizadas por el demagogo. Esta profilaxis debería ser aplicada por todas las personas y, en especial, por los más jóvenes que tienden a no mirar el pasado y tienen sólo como punto de mira el futuro. No está demás decirlo, el problema del futuro es que siempre es incierto. A diferencia de los enunciados retóricos, los hechos sí se pueden probar; en otras palabras, son objeto de juicios en que es posible determinar su falsedad o verdad.
Sólo es posible discutir sobre hechos. Una afirmación es posible considerarla verdadera, si se puede probar que aconteció un determinado hecho. Las afirmaciones que no están referidas a hechos no se pueden probar, aunque sí es posible evaluar la coherencia lógica del enunciado y para ello se requiere una premisa que sirva de base a los argumentos que se esgrimen.
En el régimen político costarricense, por ejemplo, las personas que llegan al cargo de diputado son electas porque son propuestas por un partido político. Esto es un hecho que se puede probar. Otra cosa es discutir si se debe o no permitir que las personas sometan sus nombres para ser diputados en forma directa y sin la mediación de los partidos políticos.
Otra cosa es también, si la discusión va versar sobre si está bien o mal que una persona realice determinados hechos. Aquí la discusión racional desaparece porque cada quien opina según su jerarquía de valores. Se convierte en un ejercicio retórico que ni siquiera es posible someterlo al escrutinio de la lógica, ya que no hay un acuerdo sobre la premisa de base y ello impide analizar la coherencia del argumento.
Se puede probar y por tanto discutir sobre los hechos, pero no sobre lo que debe ser. En los últimos años ha quedado claro que los postulados éticos han cedido ante los postulados fácticos. La realidad política y jurídica se ha impuesto a los enunciados valorativos, sin embargo, hay personas que no se han percatado de ello.
En la Costa Rica actual vienen bien las palabras que aparecen en la obra clásica de «El Príncipe» y que invitan a ubicarse en la realidad política. Decía Nicolás Maquiavelo:
«Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son.»
No dejemos que nos convenzan con argumentos retóricos. Busquemos primero en la historia, escudriñemos los hechos, veamos las acciones de las personas que pretenden vendernos cuentos que al final son de ciencia ficción. Las personas se sopesan no tanto por lo que dicen sino por lo que hacen.
Los demagogos abundan en todas partes, no sólo en el ámbito político. Quizás por ello Max Weber solía decir: “La cátedra no es ni para los profetas ni para los demagogos”

lunes, 4 de mayo de 2015

El efecto Mirom

Escribir es una de las tareas más difíciles que existen. No solo hay que hacerlo respetando todas las reglas del idioma, sino también las de la lógica y más allá de ello, intentando desarrollar un discurso claro para cualquier persona que tenga la bondad de leer lo que uno escribe; está demás decir que, en no pocas ocasiones, uno falla en alguno de estos aspectos o incluso en todos, situación que genera la vergüenza de quien escribe y la obligación de autocorrección permanente.
Pero como si eso no fuera suficiente, cuando se escribe se tiene que pensar en las posibles personas que, eventualmente, podrán dignarse a leer el texto que ha salido de la pluma o, en estos tiempos habría que decir, del teclado del escritor. En ese sentido es preferible pensar que el texto va a ser leído por un especialista en el tema y no considerar lo contrario, es decir, resulta arriesgado considerar que el texto sólo va ser leído por personas que no conocen sobre el tema del que se escribe o que lo conocen poco.
No obstante, aunque se pudiera guardar todos estos cuidados, hay algo que difícilmente se puede controlar por parte del escritor, a saber: la interpretación del receptor. Las características del lenguaje hacen sumamente difícil no estar a expensas de la ambigüedad y la imprecisión que es consustancial a este medio que utilizamos para comunicarnos; por más esfuerzos de precisión que haga la persona que escribe, siempre existe la posibilidad que sus palabras sean interpretadas de diferentes maneras.
Y para terminar de redondear las diferentes situaciones que enfrentan aquellos que se atreven a escribir, resulta que ahora los textos pueden ser leídos, interpretados y comentados en cualquier parte del mundo. Dicho en otras palabras, lo que se escribe puede llegar a tener una divulgación exponencial debido a que la internet permite que lo escrito llegue a todo tipo de personas y, consecuentemente, pueda ser interpretado de mil y una formas.
Todo esto viene a cuento porque con el artículo de la semana pasada denominado “El por qué Navas no es titularen el Madrid”, ocurrió algo que jamás se espera que ocurra. No se trata de que haya tenido más de sesenta y cinco mil visitas que, valga decir, ya eso es sorprendente y se explica, como es lógico, por el personaje a que hacía referencia el artículo.
Tampoco tiene que ver con el hecho que en el blog “COLUMNA POLIÉDRICA” en que almaceno los artículos que aparecen en este diario digital, haya sido visitada por personas de lugares tan lejanos como Australia, China o la India. Nuevamente uno entiende que eso se debe no sólo por el personaje de marras, sino también por el equipo de fútbol que está mencionado en el texto del artículo; es decir, el Real Madrid es seguido en todas partes del mundo y cualquier texto que haga referencia a este equipo, es objeto de atención por muchas personas a lo largo y ancho de la aldea global.
La sorpresa viene por la mención que se hizo del artículo en un programa de tertulia deportiva en España que se llama: El Chiringuito de Jugones . Y es por esto que viene a cuento lo que hemos dicho en los primeros párrafos, ya que en ese espacio televisivo no sólo dijeron que el suscrito era periodista sino que sabía de la situación de Navas porque formaba parte de su entorno.
Me contactaron por medio de correo electrónico y tuve que explicar que la idea central del artículo consistía en analizar las relaciones de poder que existen a lo interno del camerino del Real Madrid. ¡Ni más, ni menos! Asimismo, les indiqué que no era periodista y que no conozco ni al señor Navas, ni a su estimable familia, ni a futbolistas, entrenadores o personas que, por alguna u otra razón, puedan estar relacionados con el portero de la Selección Nacional de Costa Rica.
Ello, sobra decirlo, no invalida la explicación brindada de por qué Keylor Navas la tiene difícil para lograr la titularidad en el equipo de fútbol Real Madrid. De hecho, tal y como se lo indiqué a la persona que me contactó, lo que se dice en el artículo no es ninguna novedad y cualquier persona observadora en España o en cualquier otra parte del mundo puede advertir esa situación; ello no implica, bajo ninguna circunstancia, que el artículo sea de un anti-Casillista como se quiso dar a entender en el programa televisivo.
Las relaciones de poder están presentes en todas las actividades en que haya seres humanos involucrados y los equipos de fútbol no son la excepción. Desde los equipos de barrio hasta en el mismísimo Real Madrid, existen dinámicas de poder y eso no debe sorprender a nadie; sin embargo, lo que sí sorprende es que se hagan interpretaciones que, incluso, pretenden desconocer esta realidad para entrar en valoraciones totalmente impertinentes en relación a si se pretende atacar al portero Iker Casillas.
Uno comprende que, al igual que sucede en Costa Rica, estos espacios que se dan en la radio y televisión necesitan tema de qué hablar y si el tema es polémico, pues todavía mejor. Como lo he hecho ver en otros momentos, no voy a entrar a cuestionar o criticar ese tipo de espacios y contenidos, al fin y al cabo, se trata de una actividad de la que viven muchas personas y cada quién determina si participa o el tiempo que le dedica a ese tipo de producciones; sin embargo, aparte de la frivolidad que presentan estos programas, lo que muchas veces insulta la inteligencia del interlocutor son las interpretaciones o valoraciones que hacen sus participantes sobre los temas de discusión.
Jamás imaginé el efecto que iba tener el artículo de Poliédrica de la semana pasada. A veces ha sucedido que ocurren accidentes debido a lo que oficiales de tránsito han denominado “el efecto mirón”, en principio, se supone que no hay una relación de causalidad entre una cosa y la otra; empero, a veces no se sabe si aquellos que afirman la interrelación de todas las cosas en el universo tienen razón, al fin y al cabo somos el resultado de su evolución y sus efectos siguen siendo un misterio.
De repente tenía razón Buda Gautama cuando decía: “Todas las cosas aparecen y desaparecen por la concurrencia de causas y condiciones. Nada existe completamente solo; todo está en relación con todo lo demás.”