lunes, 27 de febrero de 2017

Estamos matando a Costa Rica

Como decía Juanito Martín Guijarro en su programa Charlas de Café, el cual se realizaba en la antigua soda Palace: “Ella sola se moría y entre todos la mataban”.
En nuestro caso estamos hablando de Costa Rica. Es una tristeza lo que está ocurriendo con este país, porque hay personas que están en puestos de decisión política que: “Ni pican la leña, ni prestan el hacha”.
No se puede gobernar con este tipo de actitudes y mucho menos con una Asamblea Legislativa en la que no se tiene mayoría. Ahora ya no se decepciona uno porque los Diputados tengan un nivel cultural limitado (no todos), sino porque no saben ni expresarse (no todos) o porque solo defienden intereses particulares y no el bienestar del mayor número.
La mayoría no tienen una agenda país y rápido sucumben a la dinámica castrante del parlamento. Hay Diputados que nadie sabe qué hacen aunque hagan mucho, ello por cuanto no aparecen en los medios de comunicación; no obstante, hay algunos que sin hacer mucho, parece que son grandes parlamentarios por salir un día sí y otro también en la televisión, la radio y los periódicos, aunque digan solo demagogia.
¿Quiénes han sido los que se han dedicado a obstaculizar desde la Asamblea Legislativa el avance del país? El primero de todos, sin lugar a dudas, se llama Otto Guevara Guth, que nos ha costado una millonada a los contribuyentes y que pretende seguir “chupando” del erario público hasta la eternidad; es decir, se trata de un testaferro de ciertos grupos que están felices de contar con este tipo de marionetas.
El otro que es preferido de los medios de comunicación es Mario Redondo Poveda. Aparte de refugiarse en la religión para justificar su diputación, se ha dedicado a ejercer una oposición irresponsable contra todo proyecto que no favorezca los intereses de los grupos conservadores; el asunto es tan patético que se ha unido a otros congresistas que utilizan la religión como caballo de batalla.
Resulta una incongruencia que en el sistema político costarricense existan partidos políticos vinculados con la religión. La necesidad de la laicidad del Estado como idea central del régimen democrático, surgió de la intromisión que tuvo la religión en las relaciones institucionales; por eso, no se comprende que el Tribunal Supremo de Elecciones haya emitido sentencias que desconocen este aspecto medular del desarrollo teórico y filosófico de la democracia.
Los Diputados del Partido Liberación Nacional dan pena ajena. Carlos Arguedas, por ejemplo, que es uno de los que se podría salvar de la ineptitud reinante en esa fracción, ni siquiera aparece en los medios de comunicación; es decir, se echa de menos congresistas que le den al debate legislativo una altura que en la actualidad no tiene.
En la fracción del Partido Unidad Social Cristiana se presenta una situación similar. El único que presentaba características de liderazgo, se le ocurrió candidatearse a la presidencia y ello lo ha desdibujado como parlamentario; este fenómeno ha hecho que la figura de Rafael Ortiz haya venido a menos y que actualmente no aparezca otra persona que pueda acercarse a su perfil.
En el Frente Amplio los nueve diputados no han podido superar el papel que hizo José María Villalta. Es patético observar que hay legisladores que no pueden expresar sus ideas y mucho menos defender los proyectos de una izquierda democrática y abogando por por las clases más desfavorecidas.
Ni siquiera Óscar López ha sido consecuente con el ideario que lo llevó a fundar el partido político que lo ha llevado a la Asamblea Legislativa. Se trata de un legislador que no ha tenido la capacidad de superar su primera participación como parlamentario, o sea, se ha cumplido aquello que no hay segundas partes buenas.
Así las cosas, el futuro inmediato de Costa Rica se presenta incierto y ya no se diga si pensamos en los que se están postulando para la presidencia de Costa Rica. ¡Ella sola se moría y entre todos la estamos matando!

lunes, 20 de febrero de 2017

¡Que comience la función!

La política es una de las actividades que más dignifican al ser humano. Así lo pensaban los antiguos griegos, ya que consideraban que se trataba de un deber frente al resto de ciudadanos de la polis; de hecho, la posibilidad de participar en la política, era un honor y una gran responsabilidad para aquellos que habían sido designados para ejercer cargos en la administración pública.
Para los griegos el areté o excelencia política, suponía desarrollar tres virtudes concretas: andreía,  sofrosine y dicaiosine. La primera tenía que ver con la valentía, la segunda con la moderación o el equilibrio y la tercera con la justicia; en otras palabras, se trata de virtudes que no eran consustanciales a los seres humanos, sin embargo, podían ser cultivadas y practicadas por aquellas personas que así lo quisieran.
Platón, en su obra “La República” incluyó una cuarta que fue la Prudencia. De ahí surgieron las virtudes cardinales que todo ser humano que aspire a meterse en política debería proponerse desarrollar, a saber: Valentía o fortaleza, Moderación o Templanza, Prudencia y Justicia.
La sabiduría tiene que ver con la aspiración a llegar a ser una persona virtuosa. La sabiduría, obviamente, no tiene que ver con títulos académicos, como muchos creen; al contrario, está relacionado con la posibilidad de los seres humanos de comportarse virtuosamente, es decir, de no ser una persona viciosa.
La persona virtuosa adoptará decisiones sabias para el bienestar de la mayoría de los ciudadanos de la polis. Un entorno virtuoso genera ciudadanos igualmente virtuosos, por el contrario, una sociedad viciosa crea ciudadanos también viciosos; ello supone que no adoptarán decisiones justas, no actuarán prudentemente, tampoco se conducirán moderadamente y su vicio hará una sociedad débil, principalmente, en el ámbito ético.
Lo ideal sería que todos tuviéramos las virtudes que hemos señalado, pero la realidad nos ha mostrado que no es así. La mayoría de los seres humanos somos viciosos, la historia evidencia que hemos sido violentos, mentirosos, interesados e injustos; en otras palabras, nuestras acciones han sido todo lo contrario a la virtud, nos hemos matado entre nosotros, nos gusta engañar al otro, velamos por nuestro interés individual y somos injustos con los demás.
Lamentablemente, en no pocos casos, los más viciosos son los que están en la toma de decisiones. La mayoría de los políticos se destacan por ser mentirosos y ocultar sus verdaderos intereses, se trata de personas que no tienen problema de hacer privar los intereses particulares sobre los colectivos y de adoptar decisiones en que la justicia depende de la situación que más les convenga.
Por eso, ante los idealismos lo que se requiere es una buena dosis de realismo. No hay que creer en la retórica de los políticos sino que se debe observar los hechos puros y duros; igualmente, es necesario prestar atención a los que están alrededor de los primeros actores, casi siempre son más peligrosos que las caras visibles para el gran público.
Lo malo es que ya no estamos en el Ágora en el que todos nos conocemos. A pesar que tenemos un territorio pequeño, la posibilidad de darse a conocer pasa por la relevancia que los medios de comunicación le otorgan al personaje; en otras palabras, por desgracia, hay una dependencia mediática y esto a generado que los bufones se hayan apoderado de la escena política.
Ya está por comenzar el circo y las estrellas de este son los bufones. A sentarse en las butacas que desde el primer acto los payasos les harán reír y, a no pocos, también nos harán llorar. ¡Que comience la función!

lunes, 13 de febrero de 2017

¡No más “expertos”!

¿Qué es un experto? De acuerdo con la definición dada por el diccionario de la Real Academia Española, se trata de una palabra que viene del latín “expertus”, término que significa experimentado. En consecuencia, un experto es una persona experimentada en algo o, como dice su segunda acepción, una persona especializada o con grandes conocimientos en una determinada materia.
El experto, entonces, no podría ser una persona que opina de todo y de cualquier materia. En efecto, se puede tener una cultura general, pero no se podría ser experto en todo; en otras palabras, dado el desarrollo exponencial de los conocimientos en todas las materias, resulta sospechoso que haya “expertos” capaces de esgrimir criterios en relación con una diversidad temas de la realidad.
La sospecha aumenta cuando uno observa que la nominación de “experto”, se la endilgan a un reducido número de personas que andan dando vuelta en los medios de comunicación. Es contradictorio que a estos personajes se les presente como “expertos” y que tengan el atrevimiento de opinar de temas tan diversos como la Ciencia Política, el Derecho, la Ciencia Económica, la Ingeniería y hasta de física cuántica.
No se puede saber de todo y menos ser experto en todo. Ni siquiera en una materia como la Filosofía que se ocupa de los universales y de los fundamentos de las diferentes materias, es posible opinar de absolutamente todo; un filósofo que se dedique al tema de la ética, difícilmente, se atreverá a esgrimir criterio en relación a la filosofía de la ciencia, claro está, cuando se está en un debate con algún grado de seriedad.
Resulta penoso observar, escuchar y leer lo que ocurre en los medios de comunicación con los “expertos”. Por ejemplo, cuando se trata de explicar un tema jurídico penal, ya uno sabe que el entrevistado va ser un abogado que le gusta vociferar contra la institucionalidad costarricense, diciendo que todo está mal; el discurso siempre es el mismo y los entrevistadores no son capaces, porque tampoco saben o se informan del tema, de darle al receptor un contenido más profundo para que pueda comprender el fenómeno o situación que se está analizando.
Esta situación está presente en la realidad costarricense y lo peor es que los propios “expertos” no tienen la menor vergüenza de que les llamen así y de presentarse como tales. Tengo la impresión que a muchos de ellos los reflectores los encandilan y que prefieren saciar sus ansias de protagonismo, aunque manifiesten criterios que un verdadero experto jamás se atrevería a sostener.
Lo más lamentable es que estos “expertos” terminan creyendo que todas las personas al otro lado del medio de comunicación es ignorante del tema tratado. Hay que ser muy osado para pensar que se tiene la autoridad para opinar de temas con un alto grado de especialización, es decir, hay que tener un ego rebosante para pensar que eso es posible y que va pasar inadvertido ante los verdaderos expertos en el tema.
Esta columna va ser criticada por lo mismo que estamos denunciando. No hay que ser muy sabio para saber que nos van a decir que nosotros incurrimos en el mismo problema que estamos resaltando, no obstante, en ningún momento nos presentamos como “expertos”. La filosofía atraviesa transversalmente todas las materias porque se ocupa de los fundamentos de cada una de ellas, no puede tener la característica que tiene el experto; la filosofía no es una disciplina especializada, pero sí está presente en todas las materias.
No es lo mismo un filósofo que un científico. No es lo mismo un filósofo político que un politólogo, se trata de niveles distintos de análisis; sin embargo, no es igual entrevistar a un politólogo que a un estadístico en relación con una encuesta en relación con la intención de voto del electorado. ¿Se entiende el punto?
Por eso cuando le dicen a alguien experto hay que abrir muy bien todos los sentidos. La experiencia y el conocimiento no vienen por correo y tampoco se la encuentra en las cajas de cereal. Un poco de amor propio también sería deseable entre los que les gusta ser llamados así.
¡No más “expertos”! Me refiero a los de pacotilla.

lunes, 6 de febrero de 2017

¿Qué es lo mínimo que se le puede pedir al futbolista costarricense?

El deporte es una actividad que está relacionada, nos guste o no, con lo que acontece en las diferentes sociedades del planeta tierra. Pareciera que se ha convertido en una forma civilizada de canalizar lo que antes, en tiempos todavía no idos, se resolvía por medio del enfrentamiento violento entre los seres humanos.
Entre todos los deportes, el fútbol ha logrado homologar globalmente, lo que antes se daba en los campos de batalla. En efecto, sobre todo cuando se enfrentan las selecciones de los diferentes países, este juego logra aglutinar las más diferentes pasiones a favor de unos y en contra de otros; en otras palabras, se trata de una especie de mimetismo en el que el juego es como una guerra y los jugadores los soldados de cada país.
Pues bien, en esa especie de analogía, podríamos sintetizar tres condiciones mínimas que se espera de cualquier seleccionado nacional. La primera sería el ideal y tiene relación con el deseo que juegue bien al fútbol, es decir, que su accionar sea agradable a los ojos del espectador; la segunda condición es que el fútbol que desarrolle en la cancha sea ordenado, o sea, que se vea la función que cumple en la cancha dentro el orden táctico y la estrategia del equipo en el terreno de juego; la tercera condición, está relacionada con la actitud del jugador, el amor que muestra por la camiseta nacional, las ganas que pone para que la representación nacional salga adelante.
Ahora bien, de las tres condiciones mínimas señaladas, la población de un país no soporta la ausencia de la última. Para que nos entendamos, se puede entender que una selección nacional de fútbol no juegue bonito o que lo haga de manera desordenada; sin embargo, lo que es inadmisible para los nacionales de un país, es que los jugadores no defiendan los colores patrios hasta la última gota de sudor.
El costarricense en concreto, no tolera a los jugadores vagabundos que no se “matan” en la cancha por representar dignamente a nuestro país. En la jerga futbolera se habla de aquellos que “no meten pata” o como lo manifestaba en su tiempo el “Chunche Montero”: “no se chollan las nalgas”. Esta es la forma coloquial para decir a los jugadores de fútbol o a los que en algún momento representan a los costarricenses en cualquier actividad, que jamás se va tolerar la falta de ganas a la hora de representar y defender los colores patrios.
Todo esto viene a cuento porque hay jugadores que no entienden lo que ellos representan en el imaginario colectivo. Muy a mi pesar, los futbolistas son actualmente los “héroes” de la mayoría de niños alrededor del mundo y Costa Rica no es la excepción; no obstante, en muchas ocasiones, pareciera que no tienen conciencia de ello, al parecer, muchos incluso asumen ese papel con displicencia.
Uno quisiera que la sociedad contemporánea pusiera los focos sobre los verdaderos héroes. Históricamente se ha considerado héroe, a personajes relacionados con la guerra, situación que pone el acento en una de las acciones más primitivas y destructoras del ser humano; son héroes los que, por medio de la fuerza, protegieron, salvaron o liberaron a una sociedad de las acciones que otros seres humanos hacían en contra de sus semejantes.
Los héroes verdaderos son aquellos que han realizado acciones para lograr un mayor bienestar a los seres humanos de todo el planeta. Se trata de personas que han logrado proezas en los más diversos campos y han aportado nuevo conocimiento para que la humanidad avance en todos los campos del saber, lamentablemente, son ilustres desconocidos para la mayoría de nuestros jóvenes. Hoy más que nunca.
Por eso, como el mundo funciona al revés, lo mínimo que se le puede pedir a una persona que representa a nuestro país es que lo haga con ganas. Nos cuesta entender que un jugador no pueda dominar el balón, que haga un mal pase o que se equivoque en un movimiento que entrena semanalmente; empero, lo que un costarricense no puede perdonar, es que alguien que está representando al país, no haga su máximo esfuerzo y que muestre absoluta indiferencia ante semejante responsabilidad.
Ojalá que cada uno de los futbolistas de este país tengan claro esta condición y no la olviden nunca. No obstante, lo dicho para ellos, aplica para todo aquel costarricense que represente a nuestro país en cualquier lugar del mundo.