lunes, 30 de enero de 2017

¡No se amargue, viva feliz!

¿Le ha pasado que entre más conocimiento tiene de la forma en que funciona los diferentes ámbitos de la vida (político, económico, social, etc.) tiene una tendencia a la amargura por una especie de impotencia para poder cambiar las cosas?
Y es que entre más conocimiento se adquiere, por ejemplo, se advierte la mayor ignorancia que uno tiene. Esa realidad lleva a las personas a debatirse, al menos, entre dos posiciones: una de humildad, al darse cuenta que sus conocimientos serán siempre sumamente limitados; otra de amargura, al percatarse de la imposibilidad de resolver los diferentes problemas que presenta la realidad.
También se pueden experimentar otros sentimientos y asumir otras posiciones. La persona que desarrolla o advierte un nuevo conocimiento, le puede invadir un gran asombro al comprender aquello que parecía inexplicable; al mismo tiempo, le puede sobrevenir una gran alegría al dar con la respuesta que había estado buscando o al lograr culminar los esfuerzos de toda una vida de investigación.
No obstante, la amargura de la que hablamos puede aparecer, cuando sabemos que nos están tomando el pelo y nos tratan como estúpidos. En efecto, se trata de las diferentes formas de engaño que son utilizadas para ocultar los intereses u objetivos de unos pocos en perjuicio de la mayoría; situación que tiene un agravante adicional, los mismos perjudicados suelen apoyar, se supone que por ignorancia, las medidas que van en contra de su propio bienestar.
Pongamos un ejemplo para explicar mejor lo que estamos planteando. En materia fiscal no es lo mismo aprobar impuestos directos que impuestos indirectos, en el primer caso se trata de impuestos progresivos en el que cada persona paga con base o de acuerdo a sus ingresos; en el segundo caso, todas las personas pagan lo mismo e independientemente de los muchos o pocos ingresos que tenga cada ciudadano.
Pues bien, para entender algo que parece tan simple, se debe tener un conocimiento mínimo sobre la diferencia de ambos impuestos y cómo afecta cada uno a las personas de una determinada sociedad. Cualquier persona con este conocimiento mínimo, en principio, debería inclinarse por aprobar impuestos directos; sin embargo, en no pocas ocasiones y por desconocimiento, las mismas personas que se verán afectadas por un impuesto indirecto, las vamos encontrar apoyando el establecimiento de ese tipo de política fiscal.
Para que nos entendamos, la ignorancia permite estar en una especie de estado de felicidad. Un ciudadano que únicamente se preocupa por cómo quedó el partido de fútbol tal o cual, o que solo le interesa saber que el clan Kardashian está en Costa Rica, se siente feliz de no tener que preocuparse por otros temas que requieren de análisis y pensamiento; a lo anterior, por supuesto, se le suma el fomento que hacen algunos o todos los medios de comunicación interesados en vender ese tipo de basura porque, aparte de ganar dinero, mantienen a las personas felices en la ignorancia de las cosas realmente relevantes.
Ahora bien, la amargura es para los que tienen el conocimiento y discernimiento de advertir la manipulación y el engaño que se hace a los ciudadanos. No hay nada que irrite más que observar y escuchar a personas en los medios de comunicación, estupidizando a la población con contenidos superfluos y carentes de la más mínima inteligencia; es decir, se siente una tristeza y a la vez una gran amargura al percatarse y comprender, que esta realidad existe y que es difícil poderla cambiar.
Por ello, algunas personas prefieren vivir en la ignorancia pero felices. Para una mayoría de personas lo importante es tener un ingreso que les permita comprar el diario básico, pagar los servicios indispensables y comprar el licor que beberán observando los partidos de fútbol nacional e internacional; aquellos que se interesan en entender lo que está pasando en la sociedad internacional o nacional, son catalogados de personas aburridas, pesimistas y amargadas, porque no se apuntan al vacilón y a la diversión.
Por eso, recuerde: ¡No se amargue, viva feliz!

lunes, 23 de enero de 2017

Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia

Las tres últimas columnas han reiterado algunos señalamientos que venimos haciendo desde hace tiempo sobre una serie de problemas. Uno relacionado con la ocurrencia de algunos de convocar a una constituyente, con la creencia ingenua que eso resolverá todos los problemas que tenemos en el funcionamiento del Estado; el otro tema del que venimos hablando es la necesidad que el sistema tributario costarricense cambie a uno basado en tributos progresivos y no, como sucede en la actualidad, sustentado en tributos regresivos; finalmente, hemos señalado la irresponsabilidad manifiesta de las generaciones que han estado en la toma de decisiones en relación con las generaciones que venimos atrás, especialmente, en temas como el régimen de pensiones, la infraestructura que nos han heredado, la inequidad social en la que nos han subsumido, en fin …
Hemos querido hacer esta reedición de temas sobre los que ya hemos escrito, para evidenciar que no son cosas nuevas. Se trata de problemas viejos que aprovechan la flaca memoria de algunos, para proponer soluciones que no resuelven nada y que perjudican al mayor número de los habitantes de este país; en otras palabras, son “refritos” que son retomados por candidatos que ya aburren o, peor aún, son responsables del estado en que nos encontramos.
Y ahora, como si fuera poco, aparece en el firmamento el hombre fuerte que muchos anhelan en Costa Rica. Lo peor es que uno escucha gente con cierta formación académica y que uno consideraba con un criterio digno de ser considerado, avalando ese tipo de retórica de “outsider”; para decirlo en clave histórica, parecieran romanos del siglo primero antes de nuestra era que, ansiosos, esperan que Cayo Julio César proceda a cruzar el Rubicón e imponga su mano fuerte a la institucionalidad romana o en nuestro caso, a la institucionalidad costarricense.
Los que así piensan desconocen años y años de historia tratando de evitar que ese tipo de situaciones se den en las diferentes sociedades humanas. El desarrollo que desde la Modernidad occidental se ha dado en relación con los Derechos de las personas, ha sido una lucha para evitar la arbitrariedad en el ejercicio del poder; todo lo que se ha construído desde aquella época y hasta nuestros días, ha tenido como principal objetivo limitar el poder que se ejerce por medio de las estructuras de gobierno (políticas, económicas, sociales) contra los miembros de una determinada sociedad.
Quienes así piensan no han entendido el sacrificio, en vidas humanas, que ha implicado el desarrollo de la democracia entendida como forma de gobierno. El simple hecho de entender que la soberanía reside en el pueblo y no en el Rey o el Monarca, supuso revoluciones y muchos muertos; parece mentira que haya personas que crean en esos discursos mesiánicos, sin embargo, para desgracia de todos, existe una tendencia a dar cabida a ese tipo de demagogia.
Los problemas de la democracia no se arreglan renunciado a los postulados básicos que la han estructurado. No se trata de volver a darle vuelta al principio de soberanía popular para decir que ahora le vamos a otorgar a un individuo la posibilidad de gobernar con mano dura. Tampoco es conveniente renunciar a nuestra responsabilidad en la toma de decisiones y dejarle a una persona el espacio para que adopte decisiones sin ningún tipo de limitación.
La democracia, tal y como la hemos entendido hasta la actualidad, es necesario reformarla. Ahora bien, reformarla no supone eliminarla como algunos quisieran; al contrario, los demócratas debemos hacer un ejercicio profundo de reflexión para proponer y lograr acuerdos que permitan al régimen democrático funcionar adecuadamente..
Cuando veo lo que está pasando en Costa Rica y en el Mundo, irremediablemente, recuerdo las palabras que Erich Fromm escribió en el último párrafo de su obra clásica, “El Miedo a la Libertad”:
“(…) Actualmente el hombre no sufre tanto por la pobreza como por el hecho de haberse vuelto un engranaje dentro de una máquina inmensa, de haberse transformado en un autómata, de haber vaciado su vida y haberle hecho perder todo su sentido. La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos. (…)” Fromm, 1985, p.302.

lunes, 16 de enero de 2017

De la generación de los Chupópteros a la generación de las Langostas

Todos deberíamos tener derecho a una buena pensión. He sido señalado y criticado por indicar que debemos equiparar hacia arriba los salarios o las pensiones, en lugar de equiparar hacia abajo a los que gozan de un buen salario o pensión; es decir, el problema de fondo es que quienes disfrutan de este tipo de beneficios, cuando estuvieron en la toma de decisión, no hicieron absolutamente nada para procurar mejores salarios y pensiones para los que venimos atrás.
Las personas que se han pensionado en años recientes y que están pronto a pensionarse con montos importantes, no han aportado el monto correspondiente para gozar de pensiones de varios millones de colones. Se trata de personas que pertenecen a una generación que, en otro artículo, denominamos “La Generación de los Chupópteros”; sin embargo, dado el comportamiento que han exhibido a lo largo de los años, habría que pensar si la denominación más adecudada sería: “La Generación de los langosta”.
Ya en el año 2014, en relación con esta nefasta generación escribíamos lo siguiente:
“(…) La generación de los Chupópteros, es la que ha disfrutado de todos los beneficios del Estado del Bienestar o Benefactor que se creó a partir de 1950. Se trata de personas cuyos nacimientos, ocurrieron desde el inicio de la década del 40 y hasta mediados de los años 60; es decir, son personas que han podido aprovechar los mejores años de prosperidad que ha disfrutado nuestro país a lo largo de su historia.
Son personas que pudieron desarrollarse al amparo del Estado. Allí encontramos profesionales que se formaron en la universidad pública, cuando la Universidad de Costa Rica era la única Alma Mater del país; lograron emplearse y tener un salario que les permitió acceder a una clase media pujante y disfrutar de los mejores servicios públicos, así como de índices de salud y educación que no envidiaban a los de otros países del mundo.
La generación de los chupópteros también se aprovechó del Estado en el ámbito privado. Hubo muchas empresas que se desarrollaron con créditos blandos de la Banca Nacionalizada, situación que benefició a la empresarial; incluso, muchos capitales contaron con la subvención del Estado para evitar sus propias ineficiencias, así lograron mantener y aumentar sus patrimonios personales.
El común denominador de esta generación, como se aprecia, fue el disfrutar las bondades del Estado del Bienestar.
Tuvieron la posibilidad de obtener créditos baratos para construir sus casas por medio de INVU, recibieron los beneficios de los proyectos de infraestructura en carreteras, plantas hidroeléctricas y acueductos; en fin, se trata de una generación privilegiada que logró dar un salto cualitativo en la estratificación social que había imperado en Costa Rica en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX.
¿Qué pasó? Una vez que se consolidaron como clase económica y gobernante, comenzaron a renegar del Estado. ¡Ahhh, eso sí, no de todo! Por ejemplo, mantuvieron un régimen de pensiones que les ha permitido jubilarse con sumas millonarias y a cambio, los que venimos atrás, probablemente ni siquiera vamos a poder disfrutar de una pensión digna porque todos los regímenes van a estar quebrados.
Lo peor de todo es que esas pensiones de los Chupópteros las estamos pagando los que somos ahora la población económicamente activa. Si ellos hubiesen ahorrado y cotizado para tener los montos de esas pensiones, no habría nada que reclamar; sin embargo, es un descaro que muchas de esas personas digan que esas son las condiciones que existían cuando comenzaron a trabajar. ¿Y los que venimos atrás, qué? ¡Salados! (…)”
Como se aprecia, lo que está sucediendo con las pensiones no es un tema nuevo. No solo nosotros sino otras personas, hemos puesto el dedo en la llaga; el problema es la irresponsabilidad con que ha actuado esa generación, a saber:
“(…) Los Chupópteros no nos han dejado nada a las generaciones posteriores. Los que nacimos posteriormente no sabemos si vamos a tener pensión, la posibilidad de educar a nuestros hijos en la universidad pública es restringida; el empleo es cada vez más escaso y quieren equiparar nuestros salarios a la baja, es decir, nos están dejando un país devastado, todo lo contrario de lo que hicieron la generación de los años cuarenta. La Costa Rica solidaria y que abogaba por una mejor calidad de vida de sus habitantes fue depredada. La han saqueado impunemente y las generaciones posteriores, ahora en nuestra mayoría de edad, lo que vemos es una gran tierra asolada. El hedonismo campea a todo galope y caminamos en medio del estiércol que han dejado los que se han abotagado con el festín de los negocios privados a costa del Estado. (…)”
Se trata de una realidad que debe quedar clara. Lo malo no es que tengan buenas pensiones, lo malo es que se han comportado como langostas y no han dejado nada a las siguientes generaciones.

lunes, 9 de enero de 2017

La ocurrencia de una Asamblea Nacional Constituyente

Ahora resulta que la redacción de un nuevo texto constitucional arreglará todos los problemas de Costa Rica. Un distinguido filósofo del derecho radicado en nuestro país ha denominado esta ilusión como el platonismo de las reglas, es decir, la creencia mitológica que las normas jurídicas y en este caso la Constitución, tienen la facultad mágica de resolver las diferentes situaciones que impiden un funcionamiento adecuado de la institucionalidad costarricense.
Nosotros desde hace tiempo hemos escrito sobre el peligro que encierra semejante propuesta. En un artículo publicado en este diario el 16 de junio de 2012, debido a que en ese momento Rodrigo Arias Sánchez andaba con esa “cantaleta”, escribíamos lo siguiente:
“Una de las batallas decisivas que deberemos dar en un futuro cercano consiste, en afrontar la idea de Rodrigo Arias Sánchez de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente. Se trata de un proyecto que, sin lugar a dudas, busca darle la estocada final al modelo de Estado que con mucho esfuerzo surgió de la constituyente del año 1949. Como sabemos, el proyecto de constitución que llevaron los socialdemócratas de la época, fue bloqueado por parte de la oligarquía que había gobernado a Costa Rica desde el siglo XIX. A pesar de esa situación y con miles costos, se logró introducir en el texto constitucional, una serie de normas que lograron dar sustento jurídico al Estado de Bienestar que los neoliberales vienen desmantelando desde hace veintiséis años. Principalmente el diputado constituyente Rodrigo Facio Brenes, junto con otros compañeros de causa, lograron mantener e introducir un capítulo relacionado con los Derechos y Garantías Sociales. Al leer las actas de la Asamblea Constituyente, uno se puede dar cuenta del enorme trabajo de argumentación y convencimiento que significó la aprobación de aquellas normas sustentadas en los principios de solidaridad, equidad y justicia. Aunque se venía saliendo de un conflicto armado y el bando triunfador tenía la fuerza que brinda la victoria, los grupos conservadores lograron obstaculizar e impedir que el proyecto de Constitución social demócrata se pudiera concretar de manera integral. La pregunta que surge al conocer estos hechos históricos es: ¿Qué clase de texto constitucional surgiría ahora que existe un claro sesgo ideológico a favor de las tesis que abogan por el desmantelamiento del Estado del Bienestar? Es en la respuesta de esta pregunta, en que se atisba la relevancia y lo que hay detrás de la propuesta de los Arias de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente.”
Desde aquel momento y hasta a la actualidad, la “cantaleta” ha seguido con un cambio en los difusores de los “argumentos” demagógicos que se esgrimen. En lugar de Rodrigo Arias Sánchez, ahora aparece Alex Solís Fallas encabezando las gestiones para un referéndum que propicie la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente; al respecto, ya en esta columna, en un artículo de abril de 2016 titulado “Reformismo en lugar de una constituyente”decíamos lo siguiente:
“Desde hace un tiempo vienen ciertas cabezas calientes proponiendo que es necesario convocar a una Asamblea Nacional Constituyente. El argumento que han repetido, muchas veces, es que la institucionalidad costarricense se quedó obsoleta y que no funciona por culpa de una carta magna que no está acorde con el signo de los tiempos. El argumento es total y completamente falaz. No es necesario convocar a una constituyente para arreglar los vicios que tiene el régimen político costarricense, ya que los cambios necesarios se podrían realizar por medio de reformas parciales a la carta magna; es decir, se trata de cambios que se pueden hacer con los procedimientos previstos en el mismo texto aprobado en 1949. (…) El punto medular es que no existen recetas mágicas aplicables a todos los países. Cada sociedad tiene sus particularidades y no se puede pensar que con una Asamblea Nacional Constituyente los problemas de Costa Rica se van a solucionar; dicho en otras palabras, el frío no está en las cobijas, las relaciones de poder son más complejas y no dependen de la estructura política imperante. Además, la coyuntura histórica no es favorable para que el texto resultante de una Asamblea Nacional Constituyente profundice las conquistas sociales del pueblo costarricense. A finales de la primera mitad del siglo XX, teniendo condiciones ideológicas y fácticas para aprobar el proyecto de Constitución Política elaborado por los socialdemocratas costarricenses ello no fue posible; ahora imaginen lo que sucedería en la actualidad, en un contexto en que el péndulo ideológico está hacia la derecha y los poderes fácticos están bajo el dominio de los grupos económicos. En síntesis, no hay que ser muy inteligente para saber que en la actualidad no hay condiciones para aprobar una Constitución Política que permita profundizar y mantener las conquistas sociales del pueblo costarricense. Ante esta realidad, el camino más sensato es el de las reformas parciales, sin embargo, las cosas han llegado a tal extremo que este tipo de reformas pueden ser declaradas como inconstitucionales por la jurisdicción constitucional. ¡No comamos cuento!”
Lo advertido en los textos transcritos se hace más relevante al leer lo establecido por el Tribunal Supremo de Elecciones al pronunciarse sobre la gestión presentada por el señor Alex Solís Fallas y otros ciudadanos con el objeto de que el Tribunal les autorice la recolección de firmas para someter a referéndum –por iniciativa ciudadana– el proyecto de ley para convocar a una Asamblea Constituyente. En efecto, en dicho pronunciamiento se indica que no es posible establecer límites o restricciones a los diputados constituyentes en relación a los cambios que podrían hacer al texto constitucional.
La redacción del pronunciamiento del Tribunal Supremo de Elecciones desarrolla su planteamiento desde lo más rancio de la dogmática jurídica constitucional. Al respecto indica en lo que nos interesa:
“III.II.- De los poderes de la Asamblea Constituyente. La Constitución Política establece dos tipos de reforma: parcial y general. En el primero de los casos la Asamblea Legislativa, actuando como poder reformador, tiene las facultades necesarias para variar el texto constitucional en puntos no esenciales; en otros términos, su posibilidad de introducir cambios no es omnímoda. En efecto, en la sentencia n.° 2771-03 de las 11:40 horas del 4 de abril de 2003, el Juez Constitucional costarricense estableció que el poder constituyente derivado de la aplicación del numeral 195 de la Constitución Política no era soberano: no tiene las competencias para, por ejemplo, afectar negativamente los derechos fundamentales, ni los sistemas político y económico. Lo anterior por cuanto tales “decisiones políticas  trascendentales” están reservadas a la mayor expresión de soberanía: la Asamblea Constituyente (cuya previsión está en el artículo 196 del referido texto normativo). Sobre esa línea, el indicado precedente precisa que “las decisiones políticas fundamentales corresponden exclusivamente al pueblo como soberano a través de la competencia que delega en las asambleas nacionales constituyentes, electas para este efecto y representativas de la voluntad popular general”, de donde se extrae que tales asambleas son la expresión máxima de soberanía y, en ese tanto, no tienen límites en cuanto a su poder reformador. Por ello, no se podría –a través de una ley de convocatoria– limitar las competencias de la Asamblea Constituyente. Por definición, tal cuerpo colegiado es el máximo poder jurídico-político que se estatuye en los Estados para tomar las decisiones trascendentales de organización y diseño institucional, así como del régimen de derechos de los habitantes del país. (…)”
Lo que se indica en el último párrafo desconoce las posiciones filosóficas y teóricas que se han desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial en el ámbito del Derecho y de la Política. Tanto en la Ciencia Jurídica como en la Ciencia Política en relación con el régimen democrático, ha habido claridad en atemperar la vieja idea de la soberanía absoluta e ilimitada en función del desarrollo del régimen de Derechos de los seres humanos; lo manifestado por el Tribunal Supremo de Elecciones desconoce abiertamente el coto vedado que representan los Derechos Fundamentales, los cuales son fundamentales no por estar en el texto constitucional como algunos dicen y enseñan, sino porque los Derechos son el fundamento del Estado Democrático de Derecho que se ha venido construyendo desde la Modernidad occidental.
No solo hay que estar alerta de los cabezas calientes que andan con la “cantaleta” de la Asamblea Nacional Constituyentes, sino también de la ineptitud de aquellos que están en puestos de toma de decisión jurídica. Lo peor es que hay personas que terminan creyendo en lo que dicen estos individuos e incluso, no me extrañaría, que terminen votando por aquellos que ofrecen eliminar Derechos (principalmente sociales) de nuestra carta magna.
¡Alerta ante tanta demagogia!

lunes, 2 de enero de 2017

El 2017 no parece que será un buen año

Al iniciar el año 2017 me embarga un gran pesimismo. Al contrario de lo que se suele estilar por estas fechas, en que es de rigor escribir textos optimistas respecto del futuro inmediato; en mi caso es todo lo contrario, la razón me hace estar pesimista en relación con los acontecimientos que se pueden precipitar en los próximos meses.
¡Otra vez el pesimismo de la razón haciendo de las suyas!
Estamos viviendo un mundo totalmente desquiciado. Los ciudadanos de los diferentes pueblos, han venido optando por desentenderse de lo que ocurre en sus sociedades y han dejado que impere la irracionalidad; estamos viviendo un mundo en el que cada persona se preocupa por su individualidad y no le interesa la visión de conjunto, es decir, lo que ocurra al resto de la sociedad se asume con total indiferencia, el otro no importa.
Esta actitud ha llevado a que en el 2016 se hayan dado hechos que van afectar el año que iniciamos y, probablemente, a las próximas generaciones. Los grupos con poder económico han logrado, poco a poco, acaparar el poder ideológico (medios de comunicación) y el poder político (gobiernos), ello ha ido creando a una especie de ser humano unidimensional que es incapaz de entender cómo se están moviendo los hilos en las sociedades contemporáneas.
Los poderes fácticos, los que realmente mandan, no salen a la luz pública. Con contadas excepciones, los personajes que ostentan el poder económico a nivel mundial y a lo interno de las diferentes sociedades, salen de la sombra; se trata de hombres y mujeres que el gran público no conoce, en otras palabras, se mueven de manera anónima y lejos de los focos de los medios de comunicación cuya propiedad poseen.
La gente no conoce a los que realmente tienen el poder. Los Walton, por ejemplo, que son la familia económicamente más poderosa del mundo, permanece anónima a la mayoría de las personas que contribuyen a hacerlos más ricos al comprar en los supermercados Walmart; este anonimato junto con la indiferencia del gran público ha llevado a que, cada vez más, los negocios (legales e ilegales) se hayan vuelto ajenos a la mayoría de las personas.
Estamos viviendo una concentración de poder nunca visto en la historia de la humanidad. Esto nos está llevando a un desequilibrio en todos los ámbitos de la vida de las personas, es un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco; se trata de una realidad que lleva aparejado un proceso de deslegitimación de las instituciones que han intentado lograr equilibrios en materias tan sensibles como la educación, la salud y el ingreso.
En la mayoría de países del mundo lo que impera es el hedonismo y no la solidaridad. Estamos viviendo un tiempo en que se pondera más el éxito individual y no los logros personales en función de la colectividad; se valora más al que ha logrado un nivel de vida alto y se opaca a las personas que, por medio de su trabajo en los diferentes campos del conocimiento, buscan el bienestar de la humanidad.
Ante esta realidad, lo que se vislumbra es un mundo en que surgirán los vicios propios de esta tendencia. Todo lo que afecta a la colectividad pasará a un segundo o tercer plano y se potenciará aquello que genere ganancias y réditos para los grupos económicamente poderosos; para ello, si es necesario, se negará la evidencia científica (cambio climático), se harán las guerras que sean necesarias para asegurar los recursos estratégicos  y se harán las desregulaciones que permitan generar el máximo de dividendos, aunque sea, con productos financieros especulativos como los que decantaron la crisis del año 2008.
Y como si ello no fuera poco, los mismos pueblos seguirán encargándose de poner en el poder político a diferentes representantes de estos grupos. El último y no menos importante, ha sido el Presidente electo de los Estados Unidos de América; no hay nada más peligroso que este tipo de personajes, acostumbrados a hacer lo que les da la gana con base en el dinero que poseen.
En otras ocasiones he manifestado que no soy creyente, pero en este inicio de año, me acuerdo una frase que mi abuela solía decir: ¡Que Dios nos agarre confesados!