lunes, 24 de octubre de 2016

¡Qué difícil es sobrellevar el pesimismo de la razón!

Hace un tiempo leí una frase del premio nobel de literatura, José Saramago, que decía: “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”.
Saramago está hablando del pesimismo de la razón. Se trata de aquella actitud en la que se cae, cuando se tiene la posibilidad de entender lo que está pasando y se siente una impotencia ante el intento de cambiar las cosas; en otras palabras, no se trata de un pesimismo biológico, de una actitud ante la vida, sino del resultado de racionalizaciones que llegan a conclusiones poco esperanzadoras en relación con la realidad y los seres humanos.
Uno de los problemas principales es la preferencia existente por la sociedad del espectáculo. En efecto, tal y como lo comentaba Mario Vargas Llosa, hemos caído en una dinámica de los superfluo; para una mayoría de seres humanos, lo único que consideran importante es divertirse en entretenimientos carentes de sentido, ya ni siquiera hay una lógica mínima y eso ha fomentado la estupidez y la frivolidad cabalga a rienda suelta.
Los pesimistas de la razón, en no pocas ocasiones, terminan con una amargura que les impide reír de lo que ven a su alrededor. Les molesta sobremanera que quieran pintarles la cara de ineptos, cuando escuchan a un personaje público o a un formador de opinión expresando la razón de la sin razón; dicho en otros términos, no soporta y no entiende por qué ese tipo de personas están al frente de lo público. Le incomoda que crean en la existencia de una especie de ineptitud generalizada.
El pesimista de la razón cuestiona todo lo que observa, escucha y lee. No comprende la razones que llevan a una televisora, una radioemisora o a un diario, otorgar preferencia a personajes cuya cultura, educación y léxico resulta sumamente limitado o inexistente; se pregunta sobre las posibilidades que tenemos como sociedad, teniendo en cuenta que muchos de los puestos de toma de decisión están en manos de este tipo de personas.
El pesimismo de la razón contrasta con el optimismo de la sin razón. Existen personas que consideran que los problemas se van a resolver con adoptar una actitud que evade el análisis de los problemas y deja su solución a la divinidad providencia o a un golpe de suerte del destino; esa conducta, hasta cierto punto determinista, hace que el pesimista de la razón sea cada día más escéptico en relación a lo que se puede o  no  hacer en la realidad.
El pesimista de la razón no es un bicho raro, pero se diferencia de muchas maneras del optimista de la sin razón. Por ejemplo, puede observar el fútbol y en lugar de dar rienda suelta a las emociones, procura entender la táctica y la estrategia planteada por directores técnicos cuyo nivel intelectual y cultural deja mucho que desear; nada diferente ocurre con los jugadores que, en muy contados casos, muestran alguna señal de haber pasado por la primaria  o los estudios de secundaria.
Lo que ocurre en el fútbol también  se replica en otra áreas del quehacer humano. Si se va a realizar un concurso de baile, lo que se espera es que los participantes sepan bailar y no que pretendan aumentar su popularidad haciendo una actividad para la cual no tienen ningún tipo de destreza o habilidad; en términos sencillos y visto de una manera pragmática, los optimistas de la sin razón le hacen mucho daño a la sociedad con su conducta irresponsable, irreflexiva y llena de chabacanería.
¡Qué difícil es sobrellevar el pesimismo de la razón!

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