lunes, 11 de mayo de 2015

¿Cómo vacunarse contra la demagogia?

Desde el siglo pasado se ha tratado de evidenciar la diferencia entre la retórica y los hechos. En la dinámica política las palabras se convierten en un instrumento poderoso para exaltar la adherencia irracional en contra de la ponderación inteligente de un discurso plagado de falacias y que apela a los sentimientos. No es fácil abstraerse de la borrachera ideológica que encanta y que trata de ocultar las acciones y hechos realizados por quien, sin el menor sonrojo, se presenta como el salvador o el líder de un pueblo.
Ante el embrujo de las palabras siempre se ha recomendado examinar los hechos o las acciones realizadas por el demagogo. Esta profilaxis debería ser aplicada por todas las personas y, en especial, por los más jóvenes que tienden a no mirar el pasado y tienen sólo como punto de mira el futuro. No está demás decirlo, el problema del futuro es que siempre es incierto. A diferencia de los enunciados retóricos, los hechos sí se pueden probar; en otras palabras, son objeto de juicios en que es posible determinar su falsedad o verdad.
Sólo es posible discutir sobre hechos. Una afirmación es posible considerarla verdadera, si se puede probar que aconteció un determinado hecho. Las afirmaciones que no están referidas a hechos no se pueden probar, aunque sí es posible evaluar la coherencia lógica del enunciado y para ello se requiere una premisa que sirva de base a los argumentos que se esgrimen.
En el régimen político costarricense, por ejemplo, las personas que llegan al cargo de diputado son electas porque son propuestas por un partido político. Esto es un hecho que se puede probar. Otra cosa es discutir si se debe o no permitir que las personas sometan sus nombres para ser diputados en forma directa y sin la mediación de los partidos políticos.
Otra cosa es también, si la discusión va versar sobre si está bien o mal que una persona realice determinados hechos. Aquí la discusión racional desaparece porque cada quien opina según su jerarquía de valores. Se convierte en un ejercicio retórico que ni siquiera es posible someterlo al escrutinio de la lógica, ya que no hay un acuerdo sobre la premisa de base y ello impide analizar la coherencia del argumento.
Se puede probar y por tanto discutir sobre los hechos, pero no sobre lo que debe ser. En los últimos años ha quedado claro que los postulados éticos han cedido ante los postulados fácticos. La realidad política y jurídica se ha impuesto a los enunciados valorativos, sin embargo, hay personas que no se han percatado de ello.
En la Costa Rica actual vienen bien las palabras que aparecen en la obra clásica de «El Príncipe» y que invitan a ubicarse en la realidad política. Decía Nicolás Maquiavelo:
«Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son.»
No dejemos que nos convenzan con argumentos retóricos. Busquemos primero en la historia, escudriñemos los hechos, veamos las acciones de las personas que pretenden vendernos cuentos que al final son de ciencia ficción. Las personas se sopesan no tanto por lo que dicen sino por lo que hacen.
Los demagogos abundan en todas partes, no sólo en el ámbito político. Quizás por ello Max Weber solía decir: “La cátedra no es ni para los profetas ni para los demagogos”

No hay comentarios:

Publicar un comentario