lunes, 20 de abril de 2015

Los seres humanos no somos iguales

Hay personas que no les gusta observar la realidad tal y como es. Les resulta traumático enfrentarse a una serie de situaciones que no coinciden con lo que ellos quisieran, debido a ello generan una conducta de negación y buscan mecanismos de evasión para evitar el dolor y la angustia que ello les provoca.
Una de las realidades que no nos gusta enfrentar es el hecho que las personas no somos iguales. Biológicamente compartimos algunos procesos comunes, sin embargo, en la mayoría de los casos, lo que impera es la diferencia en relación con las otras personas; dicho más claramente, compartimos la necesidades biológicas pero no todos tenemos las mismas necesidades.
Individualmente, uno por uno, todos los seres humanos somos distintos. Hay gente más gorda y más flaca que otra, hay personas más inteligentes que otras, hay características de pelo, ojos, orejas, boca, dientes, en fin, somos diferentes. Ante esta realidad no hay mucho que hacer, ahora existen operaciones estéticas para los que quieren acercarse a ciertos estereotipos estéticos, pero la mayoría de las personas cargamos con nuestras características estéticas y biológicas.
No obstante, hay otras desigualdades que son producto de la forma en cómo el ser humano ha organizado la sociedad, es decir, a diferencia de las desigualdades biológicas y estéticas, en este caso la desigualdad es una construcción social. No es lo mismo nacer como hijo de una persona que no tiene dónde caer muerto, a nacer como hijo de una persona que tiene un trabajo que le permite satisfacer las necesidades básicas de su hijo; no es lo mismo nacer en una familia de empresarios que obtienen altos dividendos todos los años, a nacer en una familia que debe procurar su sustento día a día.
Nos guste o no, desde el nacimiento se establece una diferencia en relación con las posibilidades que tiene un niño o niña de cara al futuro. En un caso puede ser que los veamos a temprana edad vendiendo cosas en cualquier intersección de las carreteras nacionales; en otro caso, probablemente, veamos a primogénitos sobreprotegidos e inundados de juguetes que fácilmente son tirados por aburrimiento.
Evidentemente, hay casos de casos, pero lo que no cabe duda es que desde el nacimiento de las personas la sociedad establece diferencias. Ante esta realidad se pueden adoptar diferentes actitudes: 1) La del conformista: la diferenciación social entre los seres humanos es un hecho normal y no se puede hacer nada por cambiarlo. 2) La del revolucionario que cree en la posibilidad de cambiar las cosas y para ello recurre a la fuerza para lograr el poder político y así modificar la distribución de la riqueza. 3) La del reformista que piensa en hacer cambios paulatinos, realizando acciones que permitan a los que menos tienen equilibrar sus ingresos con los que más tienen. 4) La del conservador que está consciente de la diferenciación social y la necesidad de cambio, pero prefiere que las cosas se mantengan como están. 5) La del individualista que estima que la diferenciación entre las personas depende de lo que haga cada uno e independientemente que haya nacido en cuna de oro o en una de paja.
Como se puede observar, las actitudes señaladas y otras que se podrían agregar, tienen como punto de partida un presupuesto básico que determina el pensamiento y las acciones de cada una de las personas. Si consideramos que la desigualdad es algo natural o normal entre los seres humanos, probablemente se adoptará una actitud conformista o conservadora; si nos parece que la desigualdad es producto del propio ser humano, social o individualmente considerado, la actitud tenderá a ser individualista, reformista o revolucionaria.
La desigualdad ha sido una realidad desde que el ser humano decidió vivir en sociedad. Desde la unidad más básica de la sociedad hasta la organización social más compleja, encontramos relaciones de desigualdad entre las personas; por ejemplo, la mamá que prefiere más al hijo que a la hija, el papá que le otorga más dinero a la hija que al hijo, hasta el gobierno que le brinda mayores beneficios fiscales a los empresarios que a los agricultores o que invierte más recursos en el sector educativo y no en aquel relacionado con la vivienda.
No hay que ser muy brillante para percatarse que la desigualdad, usualmente, se entiende como algo negativo, sin embargo, eso depende de la ideología que cada persona maneje. No es lo mismo coincidir con la ideología comunista que con la socialista, no es lo mismo ser un liberal en lo político, que un liberal en lo económico; se trata de situaciones diferentes que no se suelen distinguir y ello se presta para muchas confusiones.
¿Se puede eliminar la desigualdad material en el mundo? Para contestar a esta pregunta, lo mejor es acudir a la evidencia histórica y ella nos mostrará una respuesta realista que puede desilusionar a muchos, pero que nos puede mostrar algunas luces para encontrar una respuesta que pueda ser ejecutada en la realidad. La historia del ser humano nos evidencia que la desigualdad siempre ha existido y que ha sido más amplia, casi siempre, después de coyunturas históricas concretas en que las personas mejor posicionadas económica, política y socialmente, han logrado utilizar todos los recursos de que disponen para incrementar la desigualdad respecto a sus semejantes.
La historia nos enseña, entonces, que sí ha sido posible procesos en que la desigualdad ha sido disminuida aunque no eliminada del todo. Casi siempre esto ha sido posible por medio de una actitud reformista de parte de quienes han acuñado el valor de la igualdad como guía de sus acciones; en otras palabras, las reformas permiten cambios paulatinos en la distribución de la riqueza de las sociedades, sin tener que enfrentar procesos traumáticos como la guerra civil o el asesinato entre los grupos de poder.
Costa Rica requiere reformas para corregir la mala distribución de la riqueza en que hemos caído en los últimos treinta años. Para nuestra fortuna hubo personas después de los hechos de 1948, que tuvieron la altura de miras para impulsar un país en que la distribución de la riqueza se hizo creando una gran clase media urbana y rural; desgraciadamente aquellos hombres y mujeres ya se nos han ido quedando a cargo de este país, personas que no supieron honrar a sus antecesores y que lo han hecho el más desigual entre los desiguales.
Antes se decía que el principal instrumento de movilidad social es la educación. Lo sigue siendo, sin embargo, hay personas que también en este ámbito han creado una desigualdad y han hecho de la educación un negocio que lucra con el deseo de superación de las personas. Hay personas que se han creído que la educación pública es de inferior calidad que la educación privada, eso es absolutamente falso; lo que sucede es que los primeros, con lo que pagan los padres de familia, tienen más recursos didácticos que los segundos, pero el profesorado de la pública es igual o más competente que el de la privada. ¡Como siempre, hay de todo en ambas instancias!
Hay que promover una educación de calidad y con los recursos necesarios para que los jóvenes puedan aprovechar o crear oportunidades para tener un ingreso para vivir dignamente, ellos y sus familias. Nótese que estamos hablando de acciones que dependen de los seres humanos concretos, sólo es necesario la voluntad de las personas que adoptan las decisiones en la sociedad costarricense.
La desigualdad material se puede reducir, lo que se requiere es hombres y mujeres convencidos de este cometido. Desgraciadamente y eso es una realidad, también hay otras personas interesadas en que la situación se mantenga como está en este momento; son los que no les interesa que haya personas sin comer, son aquellos que les da igual tener un precario que únicamente se puede ver desde la segunda planta de sus residencias y una vez que la mirada ha traspasado los muros que los separa de la realidad de la mayoría.
¿Por qué nos cuesta tanto la solidaridad? ¿Por qué preferimos más el hedonismo? ¿Por qué?

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