lunes, 6 de octubre de 2014

La Costa Rica inquisitorial

La Inquisición fue una institución dedicada a la supresión de la herejía. Fue un tribunal que se estableció en la europa medieval para castigar los delitos contra la fe, el hereje era aquella persona que negaba alguno de los dogmas establecidos por la religión; o dicho en términos más mundanos, aquel que se apartaba de la línea oficial seguida por una institución u organización integrante de una determinada sociedad.
La Inquisición medieval nació en 1184 en el sur de Francia. Luego en 1249 se implantó en el reino de Aragón, siendo esta la primera de carácter estatal; una vez que se realizó el matrimonio de Fernando de Castilla e Isabel de Aragón, a partir de 1478, la Inquisición se extendió a todo el reino de España, incluyendo las tierras conquistadas en el continente americano.
Cuando se comenzó el proceso de conquista se instauró lo que se llamó el Tribunal del Santo Oficio. Este tribunal estaba subordinado al Consejo de la Suprema Inquisición que estaba dirigido por el inquisidor general, quienes contaban con un grupo de personas encargadas de fungir como consultores y decidir sobre los asuntos considerados más graves. Uno de los inquisidores generales más famoso fue: Tomás de Torquemada.
Entre los primeros procedimientos al establecerse el Tribunal del Santo Oficio estaba la ceremonia del juramento. Allí los asistentes juraban denunciar a todas las personas que ellos consideraban sospechosas y a prestar al tribunal toda la ayuda para poder cumplir con sus cometidos; no obstante, toda denuncia que se hiciera era válida, incluso aquellas de carácter anónimo.
El acusado nunca era informado de las personas que lo denunciaron y tampoco de los testigos que participaban en el proceso. Una vez denunciado, se le abría una investigación secreta y la persona era apresada y sus bienes eran asegurados o embargados; en otras palabras, el indiciado era culpable hasta que se demostrara lo contrario, con lo cual imperaba un principio de culpabilidad y no el principio de inocencia que tenemos en la actualidad.
Los acusados de la Inquisición, normalmente, eran personas que habían sido denunciados porque eran calificados o considerados como brujas, blasfemos o herejes. El debido proceso tal y como lo conocemos en la actualidad, no se les aplicaba; las personas eran consideradas culpables desde que eran denunciadas y correspondía a ellas aportar las pruebas de su inocencia aún estando en prisión. 
Es de sobra conocidas las penas que estas personas recibían desde el momento que eran denunciadas. Desde ser sometidas al escarnio público por medio del uso de atuendos marcados, hasta la pena capital de morir en la hoguera para que el fuego hiciera su trabajo de purificar aquella alma sometida a los designios del maligno.
Pues bien, de un tiempo para acá en Costa Rica estamos viviendo una especie de Inquisición moderna a la tica. Con la excusa de defender unos postulados éticos que no están nada claros, han aparecido nuevos inquisidores que, al mejor estilo de Torquemada, han encontrado en algunos medios de comunicación colectiva la vía para condenar  en la hoguera mediática-pública a personas y sin que medie la mínima posibilidad de defensa por parte del sujeto denunciado.
Lo curioso es que la Inquisición mediática, como siempre, no funciona igual en todos los casos. Por ejemplo, se suele denunciar a personas que ocupan cargos públicos porque le deben dinero a la Caja Costarricense del Seguro Social, cosa a la que no nos oponemos; sin embargo, no se denuncia y mucho menos se da el nombre de los dueños de empresas privadas que deben sumas exorbitantes a la seguridad social. ¿Saben ustedes quiénes eran los dueños del Hotel La Condesa? ¿Saben ustedes quiénes son los dueños de las compañías bananeras que hace años deben millones a la Caja Costarricense del Seguro Social?
Hace no mucho tiempo se sometió a una serie de personas a la Inquisición mediática porque debían impuestos o porque sus propiedades estaban subvaloradas. No obstante, uno de los medios de comunicación de más influencia en Costa Rica evade impuestos impunemente y acaso han dicho los nombres de los dueños de ese diario de circulación nacional. ¿Saben ustedes quienes son los accionistas mayoritarios de un diario ubicado en Llorente de Tibás? ¿Por qué a estos evasores se les deja escudarse en un nombre comercial y no se denuncian a las personas de carne y hueso?
Hay personas que al mejor estilo de Torquemada o de Savonarola, no tienen el menor sonrojo para señalar con el dedo acusador a otras, acusando faltas a una ética ambigua y maniquea. Siempre he desconfiado de ese tipo de personas que se creen los dueños de la verdad y la razón, asimismo, recelo de aquellos que creen que sus creencias religiosas, éticas o filosóficas son las únicas y verdaderas. Aunque no soy religioso, siempre me ha resonado en mi cerebro aquello de: ¡El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra!
El último que ha sido quemado en la hoguera mediática es una persona que le hizo una zancadilla a una muchacha de un equipo de fútbol femenino. Este hecho, por supuesto, nadie lo aprueba, subrayo para que no quede duda, la acción de zancadillear es reprobable, independientemente, que se lo haya hecho a una mujer o que se lo hubiere hecho a un hombre.  
Aquí lo diferente es como se valora o califica el hecho por haberse tratado de una mujer. En este caso, la Inquisición moderna a la tica quemó vivo al “agresor”, con la complacencia de muchos de los lectores, radioescuchas y televidentes; al mejor estilo de lo que sucedió en el Campo de Fiori con Giordano Bruno. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de una mujer hubiese sido un hombre el que fue objeto de la zancadilla? ¿Por qué en un caso se despliega todo el arsenal inquisitorio y en el otro se tolera, exactamente, la misma conducta? ¿Por qué para unas cosas se habla de una igualdad entre hombres y mujeres (puestos políticos, salarios), pero en otros casos se aboga por una diferenciación porque se considera que el hombre es más fuerte que la mujer?
La respuesta es muy sencilla, porque ello depende de la posibilidad real que tienen los grupos de una sociedad para hacer prevalecer o imponer sus ideas e intereses a los demás. En cada momento histórico determinados grupos han logrado hacer prevalecer su forma de ver la realidad (ideología) y castigar a las personas que osan ir en contra de su forma de interpretar y entender el contenido de los valores sociales.
Lo repito una vez más y para que no quede duda. La discusión no es si la persona que comete la falta debe o no ser sancionado, sino la forma en cómo se juzga a la persona y la valoración que se hace del hecho. Estamos viviendo una época en que ciertos grupos o individuos se creen dueños de la verdad absoluta, consideran que la forma en cómo entienden la ética es la única posible y que a partir de sus ideas, tienen la potestad de juzgar y sancionar a cualquier persona que consideren contrarios a sus designios.
Lamentablemente, como ha existido a lo largo de la historia de la humanidad, hay muchas personas que se hacen cómplices de ese tipo de conductas. Da vergüenza observar opinólogos, perdón expertos, que no tienen el carácter para emitir una opinión contraria a lo que dice el director o el periodista del medio de comunicación en el que participa; supongo que por temor a no ser considerado para futuras ocasiones o en muchos casos, vaya usted a saber, porque no tiene los conocimientos reales que aparenta tener. 
Muchos periodistas y personas vinculados a los medios de comunicación lo que hacen es emitir una serie de valoraciones, usualmente sesgadas, sobre los hechos que deberían informar. Lo peor es que procuran inducir en los receptores sus criterios, con el propósito de justificar y reafirmar su posición; repito, su deber ético fundamental es informar los hechos y balancear la información, es decir, informar sobre todas las partes involucradas en el acontecimiento y no ponerse a emitir juicios de valor. 
Lo mismo sucede con los políticos de todas las esferas de la sociedad costarricense. La mayoría de las veces están prestos para señalar al contrario y arengar a las masas para que cojan las antorchas digitales (facebook o twitter) para ir por el hereje y quemarlo en la plaza pública digital y social. Como siempre, no se puede generalizar, pero son contados con los dedos de una mano y sobran dedos, los que no se apuntan a este tipo de Inquisición mediática.
Hasta Magistrados de la Corte Suprema de Justicia hemos visto con este tipo de conductas. Lo más sorprendente ha sido observar a algún integrante de la Sala Tercera que, se supone, maneja al dedillo la historia del proceso penal, justificar algunas conductas inquisitoriales de los medios de comunicación; cuando deberían ser los primeros en oponerse a este tipo de conductas y orientar a la sociedad por los cauces de un sistema acusatorio, que le permita a las personas tener derecho a un debido proceso.
El fanatismo ha llegado a tal punto, que ahora los miembros de los mismos grupos se denuncian entre ellos. Al igual que sucedía en los períodos más oscuros de la Inquisición, los familiares, los amigos, los vecinos, en fin, cualquiera podía denunciar a otra persona con tal de vengarse o para que fuera vilipendiado públicamente; en otras palabras, las acciones humanas son las mismas, lo que ha cambiado son los medios con que ahora se hace la Inquisición.
Pongámonos serios. Si hay que denunciar denunciemos. Si hay que sancionar, hagámoslo. Lo que no puede ser es que a las personas se les sancione sin que se puedan defender en condiciones, más o menos equitativas. No debemos dejarnos manipular por personas que se satisfacen con este tipo de procesos inquisitoriales, ya sea por placer o por exhibir que tienen el poder de hacerlo.
El ser humano no es virtuoso sino todo lo contrario, es decir, no actúa conforme a las conductas ideales que muchos quisieran que tengan. Es egoísta y mentiroso, busca primero el placer antes que hacer algo que no le gusta; en fin, la realidad del ser humano a lo largo de la historia deja mucho que desear y por ello se han creado formas para controlar ese tipo de conductas del homo sapiens.
El problema está en impedir que esos controles se apliquen de manera irracional y que no caigan en excesos. Si consideramos que una conducta es viciosa y va en contra del bienestar de la sociedad, la incorporamos al sistema de sanciones sociales o al ordenamiento jurídico; sin embargo, lo que no se vale es que el proceso o medio para llegar a la sanción sea diferente en el caso de hechos iguales.
La sociedad costarricense no puede seguir cayendo en este tipo de dinámica inquisitorial. Estamos volviendo prácticas que no beneficiaron a la humanidad, si seguimos así, pronto volveremos a denunciar a personas por ser homosexual, por no ir a misa, por ser neoliberal o socialista, por ser ecologista o simplemente por creer en ideas diferentes a las mías.
Termino con un pensamiento de Sigmund Freud que siempre me ha impactado. Cuentan que el 10 de mayo de 1933, cuando los Nazis realizaron la quema de los libros de autores que ellos consideraban contrarios a su pensamiento, el creador del psicoanálisis exclamó: “ ¡Hemos progresado!  Ahora queman los libros en lugar de quemar a los seres humanos”

No hay comentarios:

Publicar un comentario