lunes, 29 de septiembre de 2014

El personalismo político

En Costa Rica a lo largo de su historia ha imperado y se ha fomentado el personalismo político. Desde la segunda mitad del siglo XIX ya se hablaba del “Castrismo” para referirse a los seguidores de José María Castro Madriz o del “Esquivelismo” en relación con los afines a Ascensión Esquivel Ibarra. No obstante, esa forma de entender la política se intensificó en la primera mitad del siglo XX, por aquellos años apareció la llamada generación del olimpo encabezada por Ricardo Jiménez y Cleto González.
Después de la década de 1940 el fenómeno siguió y ha llegado hasta nuestros días. A partir de aquella época, se comenzó hablar del “Calderonismo” y el “Figuerismo” como los personalismos que más hondamente marcaron a la política nacional; sin embargo, en los últimos tiempos la tendencia personalista se ha mantenido y se sigue hablando del “Mongismo”, el  “Arismo” y otros “ismos”.
El personalismo político es una forma reduccionista de entender la política. Los militantes de un partido político están allí no por sus principios ideológicos sino por su afinidad con una persona o porque buscan materializar sus intereses individuales en el plano político, económico o social. Los votantes por su parte, en la mayoría de los casos, están dispuestos a sufragar no por el partido político y sus planteamientos programáticos, sino por el candidato que mejor imagen tenga o por el que mejor retórica tiene.
El personalismo político tiene el problema de invisibilizar y quitar la atención de las propuestas de política pública y centrarse en características impostadas de la persona que aspira a gobernar. Por ejemplo, en varias campañas políticas se ha presentado a ciertos candidatos como socialdemócratas y como personas con sensibilidad social; sin embargo, los hechos muestran que nada de eso era cierto y que las políticas públicas que se ejecutaron en sus gobiernos, han traído una mayor inequidad social.
También el personalismo político se desentiende de las otras personas que gobiernan desde otras instancias importantes para la labor de gobierno. Los ministros, viceministros y oficiales mayores son los encargados de la ejecución de las políticas del gobierno, son ellos quienes van a determinar si una política beneficiará a un grupo pequeño o si por el contrario, será de provecho para un grupo amplio de la población.
Para renovar la política costarricense es necesario cambiar ese personalismo político. Se requiere dejar de hablar del “Arismo”, del “Chinchillismo”, del “Ottonismo” y comenzar a exigir que los partidos políticos y sus militantes, representen y ejecuten políticas basadas en principios ideológicos con los que comulgan las personas que sufragarán por ellos.
¿Habrá alguien que todavía crea que el Partido Liberación Nacional es un partido socialdemocrata? ¿Habrá personas que piensen que el Partido Unidad Social Cristiana en algún momento se comportó como un partido con esa perspectiva ideológica? ¿Habrá personas que consideren al Partido Acción Ciudadana un partido de centro-izquierda, con dirigentes como Ottón Solís Fallas?
Requerimos desterrar el personalismo político y dar lugar a organizaciones partidarias en que la vinculación de los militantes sea en función de sus principios ideológicos. Los votantes tienen que sufragar no por una persona sino por una forma de entender y de hacer política, es decir, el ciudadano tiene que estar claro que si vota por un determinado partido, cualquier persona que sea el candidato o represente a esa agrupación política, desarrollará la acción política apegado a determinados parámetros ideológicos y no como sucede ahora, que se vota por una persona que le resulta simpática.
La antítesis del personalismo político supone que los militantes de un partido político exijan a sus dirigentes que sean coherentes con los principios ideológicos que los rigen. Los  candidatos en uno u otro puesto no pueden estar por encima de los principios y hacer lo que les da la gana; sin embargo, lo que planteamos no tiene nada que ver con fundamentalismos éticos o religiosos como los que pregonan algunos dirigentes políticos.
Ahora bien, una cosa es ser coherente con unos principios ideológicos y otra muy diferente, es pretender que las personas involucradas con la política sean como divinidades terrenales. Nadie está justificando los actos irregulares en la función pública, pero en los últimos tiempos hay personas que pretenden manejar la política como la inquisición española de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Si queremos que esto cambie debemos generar el cambio. La participación en el debate público y en la política era una obligación moral y cívica entre los griegos, las personas honestas y preparadas que no se meten en política le están dejando el espacio a los deshonestos y mediocres que sólo piensan en su beneficio personal y no en el bienestar del mayor número.
La transformación de la política costarricense no es fácil, requiere de mucha convicción y sobre todo de mucho estudio. Sabemos que no es fácil eliminar el personalismo político, pero se puede lograr si se tiene claridad de miras.

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