lunes, 23 de febrero de 2015

TLC: ¿No es que íbamos a tener pleno empleo?

Cuando se dio la campaña en relación con el referéndum para aprobar el tratado de libre comercio con los Estados Unidos, los que estaban a favor dijeron que si se aprobaba iba a sobrar el empleo en Costa Rica. Hubo irresponsables como Óscar Arias Sánchez que se dejó decir que cada costarricense tendría la posibilidad de comprarse un vehículo nuevo y otros tuvieron el descaro de amedrentar a los más humildes, a los que no poseen las herramientas para ver más allá de lo que escuchan en los medios de comunicación.
La realidad desde aquellos tiempos ha sido otra y como siempre los más perjudicados ha sido la gente de a pie, aquellos que votaron por temor a perder su trabajo o porque les creyeron a los que ahora se lavan las manos ante la salida de las empresas que contratan trabajadores poco calificados. Se trata de aquellos que estaban trabajando en los sectores de la maquila, en la agricultura, en las empresas con bajo valor agregado; es decir, son aquellos empleos en que se requiere más la fuerza física o el trabajo repetitivo, donde ya no quieren emplear mano de obra costarricense porque prefieren emigrar a países en que pueden pagar salarios más bajos.
Da vergüenza y a la vez coraje escuchar a ciertos empresarios echarle la culpa a los costos sociales que implica producir en Costa Rica. Todos sabemos que son ellos junto con los políticos que les han servido, los que han generado un deterioro del empleo que difícilmente se va poder revertir en el corto tiempo; el problema hunde sus raíces en una contradicción que está relacionada con una política económica excluyente y que ha beneficiado sólo a unos pocos.
El discurso ideológico de los grupos que dijeron que con la aprobación del tratado de libre comercio con los Estados Unidos iba a generar pleno empleo fue: Que el costarricense es una mano de obra calificada y muy bien preparada, razón por la cual había que promover una política de atracción de inversiones, especialmente en empresas de alta tecnología o de alto valor agregado en conocimiento, para aprovechar esa mano de obra y que éstos, a su vez, iban a recibir una remuneración de primer mundo.
Por supuesto que no estamos en contra que los costarricenses se preparen para desempeñar empleos de este tipo y que vengan empresas con esas características, sin embargo, el problema es que la mayoría de los costarricenses no cumplen con la característica de ser mano de obra calificada. Los datos educativos que desde la década de los años ochenta del siglo XX se vienen consignando dicen otra cosa, no por casualidad se le llama la década perdida, ya que la mayoría de personas que hoy ronda los cuarenta y seis años no terminó la secundaria y mucho menos logró llegar a la educación superior.
Es falso, absolutamente falso, que la mano de obra tica tenga la preparación para desempeñarse en empleos de alta tecnología o de alto valor agregado en conocimiento.
Se trata de un problema estructural que se ha venido arrastrando desde aquella época y que si bien han habido mejoras en el nivel educativo, lo que está claro es que en el perfil de la mano de obra calificada sólo entra un porcentaje pequeño de las personas de la población económicamente activa; dicho de manera sencilla, la mayoría de la población que en este momento oscila de los veinticinco a los sesenta años no cumple con las características que interesa a las empresas de alta tecnología o de gran valor agregado en conocimiento.
Esta realidad ahora ha quedado evidenciada porque las empresas cuya base de producción es la fuerza física o el trabajo repetitivo, han decidido “competir” con base en la disminución de los salarios que pagan a sus trabajadores. Es por ello que las maquilas textileras, las empresas de manufactura agrícola y otras vinculadas al sector industrial, ante la imposibilidad (por el momento) de derogar las garantías sociales costarricenses, han decidido irse donde puedan pagar salarios más bajos y así obtener un mejor beneficio para sus accionistas.
Es así como, desgraciadamente, los más humildes, los que engañaron con que iban a poder comprar automóviles del año y otras mentiras añadidas, ahora están siendo despedidos y en una buena cantidad de casos, sin la cancelación de sus derechos laborales. Sí, los trabajadores de las textileras, bananeras y demás industrias con bajo valor agregado en conocimiento, son las empresas que están despidiendo gente; se trata de la gente que no tiene un título profesional o que no habla un segundo idioma, son los que las políticas de educación no lograron que se mantuvieran en el sistema educativo, son los desertores del sistema y que las estadísticas ha develado como generaciones perdidas.
La paradoja se encuentra en que por un lado se habla de traer empresas de alta tecnología que paguen altos salarios y por otro lado existe un gran segmento de la población que no tiene el nivel educativo para afrontar este tipo de empleos. Los gobiernos que han llevado a que Costa Rica sea el país más inequitativo de América Latina, son aquellos que propiciaron el déficit de escolaridad de la mayoría de la población en edad económicamente activa; en otras palabras, son los mismos que dejaron de invertir en educación y permitieron que los logros conseguidos después de la década del cincuenta del siglo pasado, vinieran a menos en la mayoría de los indicadores que nos habían hecho sentir orgullosos ante el mundo.
El desempleo en los trabajos menos calificados va a continuar. Las empresas que utilizan esta mano de obra, incluso, han planteado que para no emigrar es necesario dar marcha atrás con una serie de conquistas sociales que costaron sangre, sudor y lágrimas; nuevamente chantajean a los que tienen menos educación diciéndoles que eliminando el seguro social, eliminando la jornada de ocho horas o permitiendo la eliminación de vacaciones a cambio del pago de éstas, la situación mejorará y no habrá desempleo.
En consecuencia, este contexto y el los próximos años, vamos a tener un mayor desempleo porque el número de personas sin preparación académica es mayor y no podrán ser absorbidas por una economía que no puede retener a las empresas que antes empleaban a estas personas; dicho en palabras sencillas, hay un segmento amplio de la población que se encuentra en medio de esta contradicción estructural y que no tiene posibilidades de solventar sus deficiencias, no porque no quieran, sino porque la política de educación desarrollada por los grupos en el poder no se han interesado por esta realidad.
Probablemente a estos sectores de la población costarricense les tocará emigrar, como ha sucedido con amplios contingentes de personas, a economías que requieran mano de obra barata. Habrá muchos que pasarán a engrosar la economía informal y en el peor de los casos, se dedicaran a actividades ilícitas para poder sobrevivir en un contexto de desempleo y miseria; no se trata de ser pesimista, se trata de usar la razón y ver como son las cosas en una realidad que se presenta, para nuestra desgracia, muy poco optimista para los próximos años.
Ni el tratado de libre comercio con Estados Unidos, ni los tratados firmados con otros países han venido a beneficiar a los que menos tienen. Al contrario, son estos sectores los que más están experimentado sus efectos debido a que su lógica está sustentada en una polarización salarial en la que pocos ganan mucho y en la que muchos ganan poco.
Lo peor es que los pocos que logran engancharse en el esquema salarial de las trasnacionales, pierden la perspectiva y comienzan a reproducir un esquema que olvida o se desentiende del resto de la población. Entran en una especie de burbuja profesional y económica que no les permite entender lo que hay más allá de sus espacios laborales y de sus interrelaciones con ejecutivos que consideran normal la miseria extrema.
Merece la pena terminar estas líneas citando a uno de los autores clásicos de la economía liberal y que dudo mucho que haya sido leído por estos que se dicen liberales desde la perspectiva económica y mucho menos por aquellos que se dicen de izquierda actuando como de derecha. Decía Adam Smith en la Riqueza de las Naciones, específicamente, en el libro primero, capítulo octavo, “De los salarios del trabajo”:
“No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados.”

lunes, 16 de febrero de 2015

¿Ha muerto el Derecho en Costa Rica?

¡Dios ha muerto! Esta frase se puede leer en la sección 125 de la Gaya Ciencia, escrito en 1882 por Friedrich Nietzsche. Como suele suceder, fue interpretado por muchas personas en un sentido literal y por ello el planteamiento nietzscheano fue criticado desde la perspectiva del fanatismo religioso y desde un dogmatismo que suele impedir la comprensión integral de lo que el autor alemán estaba planteando.
Y es que la dogmatización en cualquier disciplina de la vida genera estancamiento, paralización y finalmente la muerte. El dogmático es aquel que asume una serie de postulados o premisas sin cuestionamiento alguno y con base en ellas interpreta la realidad en que vive; se trata de personas que creen ciegamente en los dogmas que han asumido y no están dispuestos a ponerlos en duda por temor o por pereza mental.
El temor o la sumisión del dogmático lo lleva a delegar o entregar en otras personas la interpretación o el entendimiento que pueda hacer de los postulados dogmáticos que ha asumido. Los brujos, sacerdotes, gurús y demás sabios son los encargados de establecer cómo se debe entender el dogma, qué acciones se deben hacer para no ir en su contra y, finalmente, cómo se debe transmitir para asegurar su permanencia y obediencia.
Esta dinámica que es propia de las religiones de todo credo y lugar, no es ajena a lo que sucede en diferentes disciplinas. A las personas que comienzan con el estudio de una cualquier rama del conocimiento, en principio, se les suele transmitir una serie de fundamentos sobre los que se sustentan la estructura y el funcionamiento de la ciencia que están aprendiendo; digo en principio, porque al parecer en muchos casos esos fundamentos no se enseñan o se hace de manera deficitaria.
Una vez que se enseñan los postulados sobre los que gira la disciplina correspondiente, lo ideal es enseñar a los estudiantes a cuestionar permanentemente esos postulados. Lo anterior tiene como objetivo que la disciplina respectiva pueda evolucionar permanentemente y evitar que la repetición permanente del dogma, impida observar los cambios de la realidad y evite la adaptación necesaria para satisfacer las nuevas demandas que el devenir histórico le exige.
El Derecho, por ejemplo, está sustentado en una serie de postulados dogmáticos con base en los cuales se despliegan diferentes institutos jurídicos relacionados con el dogma. Uno de los principales es el de la seguridad o certeza jurídica, el cual consiste en creer que el Derecho puede brindarle a los miembros de la sociedad, la seguridad que las conductas normadas en el ordenamiento jurídico van a ser cumplidas so pena de sanción para aquella persona que no lo haga.
Para que el dogma se materialice es necesario que todos los miembros de la sociedad conozcan las normas que forman parte del ordenamiento jurídico. Para ello basta con que la norma jurídica haya sido publicada en el diario oficial y con ello surge otro principio general del Derecho: Nadie puede alegar desconocimiento de la norma jurídica debidamente publicada.
¿Es cierto que al publicar una norma jurídica en el diario oficial todos los ciudadanos la conocen? Ni siquiera las personas que se dedican a la disciplina del Derecho tienen conocimiento de todas las normas del ordenamiento jurídico, mucho menos los ciudadanos comunes y corrientes que no están al tanto de la vieja y nueva legislación que se emite diariamente.
No obstante, para que el Derecho funcione se tiene que aceptar el presupuesto que todos, absolutamente todos, conocen las normas del ordenamiento jurídico. ¿Qué seguridad jurídica habría si cada vez que se invoca una norma del ordenamiento jurídico, la persona a la que se le aplica alega que no sabía de su existencia? ¿En qué quedaría la imperatividad del Derecho?
El dogma está en creer que hay seguridad jurídica cuando no la hay, ya que en la realidad los ciudadanos desconocen la mayoría de las normas del ordenamiento jurídico. Todavía peor cuando se sostiene que nadie puede alegar desconocimiento de la ley cuando en la realidad, el común denominador de las personas, desconoce lo que el ordenamiento jurídico establece.
El asunto se vuelve más complejo si en lugar de poner como referencia la publicación en el diario oficial de la norma jurídica, incorporamos el problema del conocimiento de las sentencias de la jurisdicción constitucional que declaran la inconstitucionalidad de determinadas normas por estar en contra de la carta magna. ¿Conocen los propios abogados las normas jurídicas que han sido declaradas inconstitucionales por parte de la jurisdicción constitucional?
Para terminar de rematar, existen múltiples leyes que en sus disposiciones finales consignan un enunciado que dice, más o menos, lo siguiente: “Se derogan todas aquellas leyes que se opongan a la presente ley”. Y esto se complementa con las denominadas derogaciones tácitas, las cuales pueden haberse dado desde el momento en que se promulgó la ley, pero que sólo es posible analizar a la luz de casos concretos que involucren normas jurídicas que presenten este tipo de contradicciones. ¡Seguridad jurídica! ¡Pongámonos serios!
Ante esta cruel realidad, los ciudadanos procuran refugiarse en los que saben, en los que conocen de Derecho. El problema es que no todos tienen el mismo conocimiento, es decir, al igual que lo señalamos en el caso de los periodistas, hay personas que tienen un título de abogado pero no conocen los postulados básicos de la profesión que dice ejercer.
Haber si nos entendemos. La seguridad jurídica de la que hablan los empresarios de este país es una consecuencia de este postulado dogmático y tiene que ver con el cumplimiento de los contratos leoninos que en la mayoría de los casos han logrado firmar con la ayuda de funcionarios que se han prestado para estos actos de corrupción. La seguridad jurídica es un valor jurídico y un fundamento que es infinitamente más amplio que semejante interpretación, tiene que ver con institutos jurídicos como: la prescripción, la caducidad, la cosa juzgada material, la no retroactividad de las leyes, etc.; en fin, que si no se sabe qué es la seguridad jurídica, no se puede entender el daño social que ocasiona una sentencia que declara la prescripción de una causa en el que hay pruebas contundentes que demuestran la responsabilidad penal del imputado.
Y es que no es lo mismo ser un tinterillo, un abogado o un jurista, no se engañen, son cosas diferentes. El Derecho tiene sus procedimientos estandarizados al punto que cualquier persona puede hacer un escrito de demanda porque se trata de un texto machote que no requiere de un conocimiento a fondo del Código Procesal Civil o Penal, por ello hay muchos tinterillos que pueden pasar como abogados pero no como juristas. ¡Para qué están los machotes!
También hay muchos que son abogados pero no juristas. Conocen del machote aunque suelen delegar esta faena en secretarias y asistentes, ya que ellos se consideran en un nivel superior por “conocer” qué dice una ley u otra o por estar enterado de lo que ha dicho un juzgado, un tribunal o una Sala de Casación; sin embargo, una cosa es estar enterado y otra muy diferente entender el Derecho y los fundamentos teóricos que hay detrás de lo consignado en el ordenamiento jurídico y en los conceptos desarrollados a nivel teórico y filosófico.
Y es que el jurista es aquel que entiende el Derecho desde sus entrañas. Comprende los fundamentos que le dieron origen y cómo éstos se fueron desarrollando a lo largo de la historia. Conoce, por ejemplo, el fundamento filosófico y teórico, la referencia histórica, de por qué en la Constitución Política se consignan enunciados como: “Ningún costarricense puede ser compelido a abandonar el territorio nacional” o “Ninguna persona puede ser reducida a prisión por deudas”, por mencionar tan solo dos enunciados constitucionales.
Desgraciadamente, la realidad es que juristas hay muy pocos. Existen muchos que se dicen abogados pero no conocen, ni les interesa conocer, los cimientos básicos de su disciplina; en otras palabras, su único interés es manejar algunos procedimientos normalizados o estandarizados que le permitan aparentar algún conocimiento de las leyes procesales y  sustantivas para, finalmente, poder cobrar los honorarios respectivos e independientemente del resultado de los procesos en los que interviene.
La falta de juristas ha llegado a tal punto que la enseñanza y la práctica del Derecho se ha dogmatizado. Este fenómeno se ha podido observar en su máxima expresión con el advenimiento de la jurisdicción constitucional, ya que las sentencias y criterios de este órgano judicial han sido asumidos por la mayoría de profesionales en Derecho como dogmas de interpretación propios de la época más rancia del medioevo escolástico.
La cosa ha llegado a tal punto que en la enseñanza del Derecho, en lugar de leer a los clásicos de la Filosofía del Derecho y Política, a los teóricos del Derecho Constitucional, ahora se compilan sentencias de la Sala Constitucional y el estudiante aprueba el curso memorizando y repitiendo lo que esta jurisdicción ha dicho en determinado asunto sometido a su conocimiento. El problema se ha vuelto tan serio que los jueces, litigantes y profesores repiten en sus sentencias, escritos o clases, como una falacia de autoridad y sin el menor cuestionamiento, lo que estos magistrados, o tal vez habría que decir sus letrados, establecen como la interpretación constitucional verdadera. ¡Magister dixit!
Todo esto ha llevado a un estancamiento o a una parálisis del Derecho costarricense. No existen juristas, verdaderos juristas, que cuestionen el discurso dogmático que se ha instaurado en la sociedad costarricense. Hay fallos, en sentido literal, de la jurisdicción constitucional que no tienen un contrapeso académico y mucho menos profesional, la mayoría de los que están dedicados al Derecho se han sometido a la dictadura del artículo 13 de la Ley de la Jurisdicción Constitucional.
La aplicación para todos de la jurisprudencia y precedentes de la Sala Constitucional se justifica, siempre y cuando los mismos estén bien fundamentados y sus razonamientos pasen (al menos) el análisis de la lógica. No se trata de que haya una obediencia ciega en razón de una norma jurídica que parte de un presupuesto falso y que ha sido desmentido en múltiples fallos de la jurisdicción constitucional, a saber: Que todas las sentencias de habeas corpus, amparos y de acciones de inconstitucionalidad, corresponden a una interpretación correcta de la Constitución Política y por ello deben ser obedecidas “erga omnes”.
Bajo esta mentalidad dogmática y de sumisión, el Derecho costarricense corre el peligro de paralizarse y morir. Para los que no han entendido lo que hemos querido expresar, la parálisis consiste en adoptar sin reflexión y acríticamente criterios que en no pocas ocasiones no resisten el más básico análisis lógico.
Por ello, parafraseando a Nietzsche, se podría aplicar al Derecho costarricense el siguiente texto:
 ¡Busco al Derecho!, ¡Busco al Derecho!. Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en el Derecho, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? – así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Qué a dónde se ha ido  el Derecho? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo!

lunes, 9 de febrero de 2015

En política hay que ser realista

La persona realista es aquella que observa y comprende la realidad tal y como es. A la hora de mirar los acontecimientos, el realista se concentra en lo que hay y no en lo que quisiera que hubiese; deja de lado sus deseos o ilusiones y se dedica a entender las cosas como se presentan en el mundo de los hechos puros y duros.
El realismo es una de las tantas formas de entender la vida. Encontramos realistas en el mundo del arte en contraposición con el surrealismo que es su perspectiva opuesta; en otras palabras, una pintura realista como “El taller del pintor” de Gustav Courbet, inevitablemente, contrasta con una pintura surrealista como “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí. ¡Son formas diferentes de ver la vida!
En la literatura el realismo se ha caracterizado por oponerse a la literatura del romanticismo y por utilizar la descripción como herramienta. A diferencia de las obras de los autores del movimiento romántico, el realismo en literatura supuso una prosa en el relato de los problemas sociales ¡La novela de Flaubert y Baudelaire también iban a contrastar con las de Goethe y Schiller!
En la filosofía jurídica el realismo ha sido acuñado para oponerse al iusnaturalismo moderno y también al positivismo jurídico. Autores escandinavos como Alf Ross y Karl Olivecrona o estadounidenses como Jerome Frank y Karl Llewellyn han abogado por describir lo que realmente ocurre en el mundo jurídico; es decir, en lugar de hablar de la independencia entre poderes o de la sana crítica racional de los jueces, por ejemplo, se han dedicado desnudar estos mitos y a mostrar cómo funciona la relación entre poderes o la administración de justicia que realizan las personas de carne y hueso.
De igual forma, en la filosofía política, el realismo ha estado presente desde el siglo XVI. Le debemos a Nicolás Maquiavelo el hecho de haber descrito de manera clara y descarnada, cómo funciona la actividad política desarrollada por los seres humanos; en otras palabras, en “El Príncipe” el autor florentino no dice cómo debería ser el político o cómo le gustaría que fuera la acción de los políticos, lo que se dice es cómo se comportan los políticos y cuáles son las acciones que ha realizado a lo largo de la historia. ¡Es mejor ser temido que amado decía el florentino!
El realista tiene en los hechos históricos la principal muestra de cómo funciona la política. La historia muestra que las personas que se dedican a esta actividad son seres humanos que, por abrumadora mayoría, se caracterizan por no ser virtuosos; se trata de seres humanos que ambicionan el poder para imponer su voluntad a los otros miembros de la sociedad, mienten y engañan a sus semejantes para conseguir sus propósitos, buscan satisfacer sus intereses y ello les lleva a tener una conducta egocéntrica.
Y es que la historia nos demuestra que debido a estas características de los políticos, ha sido necesario limitar el poder que los ciudadanos le han concedido. Ha habido necesidad de establecer qué pueden hacer (principio de legalidad), qué procedimientos deben seguir (actos de gobierno y administrativos) y qué sanciones se les aplicaría (régimen punitivo) en caso de no conducirse de acuerdo con el ordenamiento jurídico. La virtud es una excepción en la conducta de los políticos, lo que ha imperado a lo largo de la historia son los vicios y por eso se han creado mecanismos para controlarlos.
Por supuesto que al hablar del político estamos hablando del Zoon Politikon aristotélico, estamos hablando de los seres humanos. Entre la antropología política concebida por Thomas Hobbes que veía al ser humano como un animal violento, interesado y mentiroso y la esgrimida por Rousseau como un animal pacífico, bondadoso y éticamente correcto, la historia de la humanidad le ha dado la razón al filósofo inglés.
El realista, en consecuencia, no cree en aquellas palabras que suenan bonito y que promueven en las personas lo que le gustaría que fuera pero no es. No cree en frases vacías como: “Vamos a hacer de Costa Rica el primer país desarrollado de la América Latina”, “Vamos a refundar el partido para retomar los ideales históricos y a la vez modernizarlo”, “Vamos a gobernar con transparencia y honestidad”, “Vamos a reducir la pobreza y haremos una mejor distribución de la riqueza”, “Habrá tanto empleo y tan buenos salarios, que cada trabajador podrá comprar un carro del año”, en fin, podemos seguir poniendo cualquier cantidad de ejemplos.
El problema del realista es que la evidencia histórica le generan una visión pesimista de la realidad. Ante tanta mentira, engaño, intereses creados, pobreza, desempleo y demás vicisitudes (vicios) que observa, no tiene esperanza; además, como su realismo se sustenta en la prueba empírica, no pierde de vista que la esperanza es una virtud teologal y su visión de la vida le lleva a desarrollar una acción laica para no pecar de incoherente.
El realismo político permite estar atento para no ser arrastrado por la retórica de los políticos de toda la vida. Aunque nunca se está vacunado totalmente contra los cantos de sirena, el realista desconfía permanentemente de todos, especialmente, de aquellos que ya han demostrado con sus hechos que su dicho no coincide con sus acciones.
El problema del realista es que está en minoría. Su soledad es inmensa porque la mayoría de las personas necesitan tener esperanza y no desesperanza, prefieren creer en algo a no creer en nada, requieren de evadir la realidad en lugar de ponerse a pensar en las desventuras de su existencia individual y social; pero mientras esto sucede y buscan distraer su atención para no ver la realidad, hay personas que sí dan rienda suelta al engaño, al lucro y a una voluntad que hace mucho tiempo ha aprendido a evadir la normativa formal que en algún tiempo sirvió para limitar las arbitrariedades del poder.
El realista termina arrastrando un pesimismo de la razón aunque no de la voluntad. Su realismo le permite estar mejor preparado para intentar cambiar las cosas y enfrentarse a los que actúan entre bambalinas; sin embargo, la frustración le invade cuando observa que los más desfavorecidos, los que deberían luchar con más ahínco por cambiar las cosas, están más interesados en recibir la caridad de aquellos a los que deberían combatir. ¡La caridad también es otra virtud teologal!
Y es que ante semejante panorama, el realista termina perdiendo la fe. No solo se desilusiona ante lo que observa en la actualidad y lo que ha visto del pasado, sino que también termina perdiendo la fe en un ser humano que evade su realidad y por unas migajas, entrega su vida a un modo de vida que cada vez lo hace más pobre desde el punto de vista material y espiritual.
El realista en general y el realista político en particular, al final, termina diciendo: Creo que no creo. Aunque como laico conserva las virtudes de la tolerancia, la moderación y la duda metódica, termina perdiendo o por lo menos teniendo un proceso de desafección, en relación con las virtudes teologales de la esperanza, la caridad y la fe.
Aunque las razones del realista, como se observa, no son las mismas que las de otras personas, al final termina estando en buena compañía. Sin embargo, aún así, son más los que necesitan creer en un salvador cuatrianual que ahora vuelve cada cierto tiempo, son mayoría los que prefieren los cantos de sirena a la cruda realidad, nos superan en número los que prefieren callar y divertirse en contraste con los que están dispuestos a hablar y sacrificar su tiempo en una empresa que consideran utópica.
Pero bueno, como decía un graffitti del mayo 68 francés, pintado en la Estación Censier-Daubenton de la línea 7 del metro de París: “Seamos realistas: pidamos lo imposible”.

lunes, 2 de febrero de 2015

¿Bárbaros especialistas o bárbaros periodistas?

Ahora resulta que solicitar un mejor periodismo en Costa Rica es ser irrespetuoso con los que tienen la licencia para ejercer de periodistas y con aquellos que no teniendo título profesional, trabajan en los medios de comunicación. He escrito varios artículos cuya idea central ha sido pedir un periodismo de mayor calidad, más balanceado y con un discurso menos valorativo y más descriptivo.
Aunque lo escrito responde a una reflexión propia que, pareciera, es compartida por otros costarricenses que están cansados del “periodismo” y de los contenidos que diariamente nos brindan los medios de comunicación colectiva. Hay “periodistas” que no han tolerado la crítica y se sienten incluso ofendidos por lo que he escrito, sin embargo, releyendo cada uno de los artículos no encuentro adjetivos ofensivos que puedan haber generado semejante apreciación; pero bueno, al fin y al cabo, el sentirse ofendido o no, al final es otro juicio de valor que depende de la subjetividad de cada quien. ¡En estos casos no hay nada que hacer! ¡Se siente o no se siente!
Siempre he creído que no es necesario utilizar palabras ofensivas para debatir o para expresar una crítica en relación con un determinado tema. El intercambio de ideas debe servir para establecer una relación dialógica que permita, más que convencer o hacer cambiar de criterio a los otros, aclararnos mutuamente las ideas y a partir de ello reafirmar o reformular nuestros propios planteamientos o argumentos.
En el caso que nos ocupa lo que se ha venido solicitando es un periodismo que, al menos, se acerque a los fundamentos que han sustentado el origen y desarrollo de esta profesión. Los fundamentos de cualquier disciplina tiene que ver con un tema esencialmente filosófico, se trata de contestar a preguntas esenciales como: ¿Qué es el periodismo? ¿El por qué del periodismo? ¿Para qué el periodismo? ¿Cómo se hace periodismo? y ¿Quién es un periodista?
La filosofía no sólo intenta contestar estas preguntas sino que cuestiona y critica permanentemente las respuestas que se han dado a las mismas. Los postulados, principios o premisas de los que parten las diversas profesiones tienen que ver con las respuestas que se le han dado a esas preguntas, es decir, la ciencia a diferencia de la filosofía, se sustenta en una serie de postulados que se asumen, muchas veces en forma dogmática, para desarrollar los diferentes aspectos teóricos y metodológicos de cada ciencia particular.
Pongamos ejemplos que siempre nos permiten aclarar lo que estamos tratando. En cualquier plan de estudios de la ciencia que sea, van existir uno o varios cursos cuyos contenidos tienen que ver con los fundamentos de la ciencia que se está aprendiendo. Pensemos en la Ciencia Política y en la Ciencia Jurídica, las cuales están interrelacionadas pero no son lo mismo; en el primer caso, se enseña qué es el poder político y para ello se le distingue del poder económico o del poder ideológico; en el segundo caso se enseña qué es la norma jurídica y para ello se le distingue de la norma ética, social o religiosa.
En ambos casos, el politólogo y el jurista, se supone que aprenderán y tendrán presente estos conceptos básicos para poder desarrollar cada una de sus profesiones. El politólogo deberá saber que el poder político se caracteriza por el uso de la fuerza para hacer que una o varias personas hagan la voluntad de quien tiene el poder; por su parte, el jurista sabe que la norma jurídica se caracteriza por ser coactiva, es decir, su incumplimiento supone una sanción o pena que se hace cumplir por medio de la misma fuerza que sustenta el poder político.
El filósofo, en cambio, procurará entender y cuestionar los postulados sobre los que se sustentan ambas ciencias. Tratará que el politólogo asuma una actitud crítica ante postulados como que “el poder debe ser legítimo” o que “el poder debe ser limitado”; o en el caso de los juristas, respecto a si sólo es Derecho las normas que están en el ordenamiento jurídico o hasta que punto una norma jurídica depende de su validez para considerarse Derecho.
Pues bien, en el caso del periodismo sucede algo similar. No estamos cuestionando si el periodismo de investigación ha permitido conocer un determinado hecho de corrupción o una determinada trama delictiva. Tampoco estamos cuestionando si debe existir el periodismo científico, deportivo, económico, político o de sucesos; lo que hemos dicho es que existen postulados mínimos que cualquier periodista tiene que tener en cuenta y si bien no pretendemos un seguimiento dogmático de los mismos, sí es recomendable que haya un mínimo respeto de ellos.
Si un periodista hace una investigación, este debe tener claro que la presentación de los resultados no debería estar sustentado en un discurso plagado de juicios de valor. Al contrario, la investigación en cualquier rama del saber se expresa por medio de un discurso descriptivo, es decir, no se usa la función expresiva o directiva del lenguaje, sino que se utiliza su función informativa, la cual se materializa en un discurso que intenta suprimir los juicios de valor. ¡En buena hora que los periodistas investiguen!, pero queremos que nos informen los resultados de la investigación, no que nos digan sus opiniones, prejuicios o valoraciones sobre lo investigado.
Pregunto: ¿Es arrogante solicitar que un periodista brinde una información que haya sido verificada? ¿Es prepotente pedir que los periodistas balanceen la información y nos presenten al menos dos versiones o perspectivas del hecho noticioso? ¿Es soberbio querer que no se presenten como asépticos contenidos en que se reflejan los intereses de los medios de comunicación donde labora el periodista? ¿Es altanero pretender que los periodistas informen en lugar de opinar de lo que no saben? ¿Es jactancioso requerir que entrevisten a expertos que realmente sepan de los temas específicos y no “expertos” que opinan de todo y le hacen un flaco favor a la claridad y al entendimiento de la información? ¿Es altivez peticionar que los periodistas y los que trabajan en los medios de comunicación conozcan y practiquen los fundamentos que han dado origen a una profesión tan noble como el periodismo?
En realidad en lugar de solicitar, pedir, querer, pretender, requerir o peticionar, lo que corresponde es exigir todo eso y más de los periodistas. Los que tenemos el derecho a la información somos los ciudadanos no los periodistas, los periodistas ejercen una profesión que tiene como propósito hacer efectivo ese derecho de la ciudadanía, por eso exigimos que cumplan su cometido respetando una serie de postulados que tienen como objetivo que el ciudadano se informe correctamente.
Dicho de otra manera, la contracara de todo derecho es la obligación que se origina de los que deben respetar el derecho que tenemos los ciudadanos. Los periodistas están obligados a que este derecho se materialice adecuadamente y sin que los ciudadanos tengamos que soportar contenidos que desvirtúan o tergiversan el derecho que está consignado en la carta magna.
Incluso, si en nombre de ese derecho ciudadano exigen que se les brinde información o declaraciones, no deben olvidar que lo hacen en nombre de la ciudadanía y no del medio de comunicación en que trabajan. Y es que pareciera que, en la actualidad, se ha pretendido invertir las cosas y se quiere hacer creer que el derecho de información lo tiene el medio de comunicación y los periodistas que trabajan en él. ¡No es lo mismo el cuarto poder, que el poder en el cuarto! ¡Hay que ubicarse y no confundir!
Los fundamentos del periodismo, de la ciencia de la comunicación colectiva, del derecho a la información y en general, de las diversas materias del conocimiento humano es un asunto filosófico. Aquellos que sólo entienden de su profesión y que nunca se han cuestionado sus postulados básicos, tienen el serio peligro de convertirse, parafraseando a Ortega y Gasset, en “bárbaros especialistas”.
Quienes desdeñan la filosofía no han comprendido que en el origen de las ciencias específicas estuvo y ha estado la reflexión filosófica, por eso no logran comprender el conjunto y no ven más allá de su profesión. ¡Por eso estamos como estamos!