lunes, 2 de enero de 2017

El 2017 no parece que será un buen año

Al iniciar el año 2017 me embarga un gran pesimismo. Al contrario de lo que se suele estilar por estas fechas, en que es de rigor escribir textos optimistas respecto del futuro inmediato; en mi caso es todo lo contrario, la razón me hace estar pesimista en relación con los acontecimientos que se pueden precipitar en los próximos meses.
¡Otra vez el pesimismo de la razón haciendo de las suyas!
Estamos viviendo un mundo totalmente desquiciado. Los ciudadanos de los diferentes pueblos, han venido optando por desentenderse de lo que ocurre en sus sociedades y han dejado que impere la irracionalidad; estamos viviendo un mundo en el que cada persona se preocupa por su individualidad y no le interesa la visión de conjunto, es decir, lo que ocurra al resto de la sociedad se asume con total indiferencia, el otro no importa.
Esta actitud ha llevado a que en el 2016 se hayan dado hechos que van afectar el año que iniciamos y, probablemente, a las próximas generaciones. Los grupos con poder económico han logrado, poco a poco, acaparar el poder ideológico (medios de comunicación) y el poder político (gobiernos), ello ha ido creando a una especie de ser humano unidimensional que es incapaz de entender cómo se están moviendo los hilos en las sociedades contemporáneas.
Los poderes fácticos, los que realmente mandan, no salen a la luz pública. Con contadas excepciones, los personajes que ostentan el poder económico a nivel mundial y a lo interno de las diferentes sociedades, salen de la sombra; se trata de hombres y mujeres que el gran público no conoce, en otras palabras, se mueven de manera anónima y lejos de los focos de los medios de comunicación cuya propiedad poseen.
La gente no conoce a los que realmente tienen el poder. Los Walton, por ejemplo, que son la familia económicamente más poderosa del mundo, permanece anónima a la mayoría de las personas que contribuyen a hacerlos más ricos al comprar en los supermercados Walmart; este anonimato junto con la indiferencia del gran público ha llevado a que, cada vez más, los negocios (legales e ilegales) se hayan vuelto ajenos a la mayoría de las personas.
Estamos viviendo una concentración de poder nunca visto en la historia de la humanidad. Esto nos está llevando a un desequilibrio en todos los ámbitos de la vida de las personas, es un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco; se trata de una realidad que lleva aparejado un proceso de deslegitimación de las instituciones que han intentado lograr equilibrios en materias tan sensibles como la educación, la salud y el ingreso.
En la mayoría de países del mundo lo que impera es el hedonismo y no la solidaridad. Estamos viviendo un tiempo en que se pondera más el éxito individual y no los logros personales en función de la colectividad; se valora más al que ha logrado un nivel de vida alto y se opaca a las personas que, por medio de su trabajo en los diferentes campos del conocimiento, buscan el bienestar de la humanidad.
Ante esta realidad, lo que se vislumbra es un mundo en que surgirán los vicios propios de esta tendencia. Todo lo que afecta a la colectividad pasará a un segundo o tercer plano y se potenciará aquello que genere ganancias y réditos para los grupos económicamente poderosos; para ello, si es necesario, se negará la evidencia científica (cambio climático), se harán las guerras que sean necesarias para asegurar los recursos estratégicos  y se harán las desregulaciones que permitan generar el máximo de dividendos, aunque sea, con productos financieros especulativos como los que decantaron la crisis del año 2008.
Y como si ello no fuera poco, los mismos pueblos seguirán encargándose de poner en el poder político a diferentes representantes de estos grupos. El último y no menos importante, ha sido el Presidente electo de los Estados Unidos de América; no hay nada más peligroso que este tipo de personajes, acostumbrados a hacer lo que les da la gana con base en el dinero que poseen.
En otras ocasiones he manifestado que no soy creyente, pero en este inicio de año, me acuerdo una frase que mi abuela solía decir: ¡Que Dios nos agarre confesados!

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