lunes, 30 de marzo de 2015

La religión no puede ser irracional

El diccionario de la Real Academia Española en su primera acepción define la religión como un: “Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.”
Como podemos observar se trata de una definición compleja que debemos desmenuzar para tratar de entenderla. ¿Qué es una creencia o un dogma? ¿Es lo mismo una creencia que un dogma? ¿Qué es una divinidad? ¿Hay una única divinidad o pueden haber varias? ¿Por qué la divinidad genera sentimientos en las personas? ¿De qué depende que sean sentimientos de veneración o que por el contrario sean de temor? ¿Es lógico que se puedan dar los dos sentimientos a la vez, es decir, veneración y temor al mismo tiempo? ¿Las normas morales para la conducta individual o social son producto de la religión o de las personas que han utilizado a la religión para normar la conducta de las personas? ¿Son necesarias las prácticas rituales para que haya una religión o puede haber religiones sin prácticas rituales? ¿Por qué es necesaria la oración y el sacrificio en las religiones, en lugar del silencio y la abstención de ofrendas públicas?
Tratando de ajustarnos a los significados de cada una de las palabras utilizadas en la definición que hemos expuesto, los seres humanos creemos cuando tenemos por cierto algo que el entendimiento no alcanza a comprender o que ese algo no está comprobado o demostrado. Nótese que ese algo se supone que cumple la función de sustantivo en la definición, es decir, ya de entrada creemos que hay algo aunque también podríamos creer lo contrario, a saber: creer que no hay nada.
La base fundamental de toda religión es que las personas crean en algo que no puede ser comprobado pero tampoco demostrado por el entendimiento humano. La paradoja está en que, bien mirado, si ese algo en que creemos no puede ser comprobado o demostrado entonces la existencia de ese algo, difícilmente, puede ser afirmada.
Las religiones se nutren de seres humanos que creen en algo que no puede ser comprobado pero que tampoco puede ser demostrada su inexistencia y ante esta disyuntiva, una buena cantidad de personas deciden creer en la existencia de ese algo. Por ello, todas las religiones fomentan la fe de las personas que consiste en creer en ese algo sin dar lugar a la duda de su inexistencia; en otras palabras, la fe y la duda se suelen considerar conductas contradictorias entre sí, por eso a lo largo de la historia ha costado tanto que la religión y la ciencia puedan estar juntas.
Históricamente también a ese algo, una vez que hemos creído en su existencia, se le ha denominado de diferentes formas y se le han otorgado características distintas. Dentro de nuestro idioma le hemos otorgado el nombre de Dios, sin embargo lo fundamental no está en el nombre sino en las características que le asignamos a ese algo; en ese sentido, lo normal es que se le atribuya procesos cognitivos similares a los que tenemos los seres humanos, sin embargo, al mismo tiempo, se le diferencia de los seres humanos porque es omnipotente, es decir, que todo lo puede; es omnipresente, o sea, que está en todas partes; es omnisciente, a saber, que todo lo sabe; y bueno, todos los “in” que el ser humano sí es: in-finito, in-mutable, etc.
Asimismo, en el devenir histórico de los seres humanos se ha debatido si esas características corresponden a un sólo ser o si por el contrario pueden existir varios seres que cumplan con esas características o, incluso que haya seres que poseen algunas y otras no. De ahí han surgido religiones monoteístas como el zoroastrismo y judaísmo, o religiones politeístas como las practicadas por los egipcios, griegos, romanos, celtas o hinduístas, entre otros.
Las características de ese algo que constituye la divinidad sobre la cual gira cada una de las religiones son muy diversas. En algunos casos se trata de un Dios castigador, en otras aparece con una imagen de vengador, otros le atribuyen la característica de guerrero, hay casos en que es misericordioso, en fin, que en otros casos puede ser un Dios que tiene todas las características a la vez y las aplica dependiendo de las circunstancias.
Por tanto, en la base de todas las religiones está la definición de las características de algo a que llamamos Dios y a partir de ello se establece el dogma de cada religión. Se puede creer en ese algo que hemos denominado Dios y al mismo tiempo en el dogma que ha establecido la religión respectiva en relación con las características de esa divinidad; o bien, se puede creer en Dios pero no en el dogma de la religión respectiva; o se puede no creer en el dogma y tampoco en la divinidad, situación que nos llevaría agnosticismo y a otras posiciones que cuestionan la idea de Dios y a las religiones.
En todo caso, lo que queremos hacer ver, es que los sentimientos que va generar la divinidad en la que creemos, dependerá de las características que le otorguen las diferentes religiones. Si creemos en varios Dioses, probablemente, le tengamos temor al Dios de la Guerra y sintamos afinidad por el Dios de la sabiduría; por el contrario, si creemos en un único Dios, sentiremos temor por el Dios judío del antiguo testamento y afinidad por el Dios misericordioso del nuevo testamento.
Finalmente, como se puede deducir, todo depende de lo que decidamos creer. El problema está en que la mayoría de las veces se trata de una imposición y no de una decisión, ya que las creencias son impuestas por medio del proceso de socialización que experimentamos desde que somos niños y cuando crecemos, en no pocos casos, rehuimos a cuestionar y someter a la duda crítica, los dogmas religiosos que se nos han inculcado.
Y es que mucha gente piensa que el cuestionar los dogmas de una determinada religión supone una afrenta para la persona que cree en una determinada deidad y está de acuerdo en interiorizar y seguir unos determinados dogmas. Por el contrario, no se cuestiona a la persona la cual tiene derecho a creer en la deidad y en los dogmas que considere pertinentes, sin embargo, esa libertad debería ir acompañada por una reflexión respecto a las bases sobre las que se asienta la religión que la persona decide seguir y sobre todo, de un análisis de las normas de conducta (individuales o sociales) que son promovidas por quienes le dan forma, interpretan y dirigen las diferentes denominaciones religiosas.
Existen muchas normas que han establecido las religiones cuyo fundamento merece ser analizado para convencerse de su pertinencia o de su impertinencia. Si al final la persona llega a la conclusión de la bondad de la norma y decide aplicarla a su vida, ¡en buena hora!; pero que no sea porque le ha sido impuesta por un proceso irreflexivo de socialización familiar o comunal, porque ello ha generado los peores fanatismos que la humanidad ha vivido a lo largo de la historia.
Nótese que hemos hablado de las religiones en general y no, como suele suceder, de la vertiente del cristianismo que tiene relación con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que es la predominante en Costa Rica. Hay gente cuyo dogmatismo llega a tal extremo que desconocen que la religión cristiana tiene su origen en el judaísmo e ignoran que desde el cristianismo primitivo, se han dado divisiones que han dado como resultado la existencia de otras denominaciones como, por ejemplo, el cristianismo ortodoxo y el cristianismo protestante.
Da mucha pena escuchar personas que repiten frases o pasajes de los textos que se consideran sagrados y no se cuestionan lo que allí dice. No estamos hablando de cuestionar la veracidad o no del texto, ya que estamos partiendo del hecho que se asume como cierto desde la perspectiva de la fe; sino que estamos indicando que ni siquiera se analiza si el contenido o la interpretación que algunas personas hacen de los textos, se pueden aplicar o no a la realidad que vivimos en nuestros días.
Necesitamos personas que experimenten su religión de una forma más crítica y libre. Que las buenas relaciones con el prójimo sean porque me he convencido que esa norma de conducta es adecuada para el buen vivir y no porque la dijo tal o cual persona a la que se le atribuyen poderes extraordinarios, o porque dicen que fue bendecido por una determinada deidad para poder escuchar su voz.
Que las prácticas rituales sean sometidas al filtro de la razón y no a una costumbre irreflexiva, permitirá que las personas valoren hasta qué punto es necesario mantener, modificar o eliminar un determinado rito. Han habido oraciones y sacrificios que no han sido coherentes con las acciones de las diferentes religiones, la historia está marcada de momentos en que se ha embocado a Dios para, acto seguido, proferir a las personas los más crueles sufrimientos y afrentas contra su humanidad.
Que cada quien decida en que quiere creer, pero que lo decida racionalmente y no como un borrego que forma parte de una rebaño que se somete dócilmente a los designios del pastor. No por casualidad la metáfora del rebaño se utiliza en todas las religiones del mundo, el problema está en saber si las reglas del rebaño son sensatas o si, por el contrario, nos llevan hacia el despeñadero.

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