lunes, 13 de julio de 2015

El culpable del problema de los taxistas informales se llama: Otto Guevara Guth

El problema que se ha dado con los taxistas informales, piratas o como usted quiera llamarles tiene un responsable: Otto Guevara Guth y su partido político. Hay que decirlo de forma clara, porque hay personas en este país que creen que todos los ciudadanos tienen memoria flaca y no se acuerdan cómo empezó este desorden.
Recordemos que el partido político del señor Guevara con base en la utilización demagógica de un valor como la libertad, abogó porque el servicio público de taxi se homologara a la figura del porteo que está establecida en el Código de Comercio de Costa Rica.
Ese fue el subterfugio legal que encontró ese irresponsable y su partido para intentar pagar la factura política que le debía a estos grupos por servir con sus vehículos en diversas campañas electorales en que fungió como candidato a presidente o diputado o a ambos puestos.
Como suele suceder en este país, por desconocimiento de la figura del porteo en materia comercial, se terminó avalando una interpretación jurídica errónea y hasta emitiendo legislación para “legalizar” una actividad que estaba en contradicción con las normas que se ocupan para el servicio público de taxi.
Todo ello generó que personas vinculadas a esta actividad y guiados por otras con intereses políticos y de lucro, siguieran desarrollando una actividad que nació de un compromiso político de Otto Guevara Guth y del partido político que manda a su antojo y sin que haya nadie que le haga ver su irresponsabilidad.
El tiempo ha pasado y aquel “ornitorrinco jurídico” creó una actividad económica en la que se mueven muchos intereses y de la que dependen, aparentemente, muchas personas a lo largo y ancho del país. Como siempre, a dicha actividad se dedica gente de todo tipo, desde aquellos que son choferes a sueldo como aquellos que tienen varios permisos y tienen diferentes vehículos en explotación.
No vamos a entrar a considerar si ello se ha convertido en un negocio para unos pocos que acaparan los permisos que se otorgaron para que pudieran trabajar. El hecho concreto es que hay personas que ahora se dedican a esta actividad que nació de la irresponsabilidad de Guevara Guth y de la torpeza de los políticos que se dejaron envolver por las tesis del porteo.
El punto medular es que el servicio de taxi debe cumplir con una serie de requisitos que le brinde al usuario garantías mínimas por lo que paga. Ello supone que las personas que realizan este servicio informalmente se pongan a derecho y los que están como taxistas formales también cumplan con una serie de normas para beneficio del usuario.
Por ejemplo, en ambos casos, informales y formales, es necesario que brinden el servicio en un vehículo que tenga una serie de condiciones mínimas de funcionamiento. No es posible que existan unidades que son un atentado para el ambiente, son como chimeneas andantes; no es posible que usted se monte en un vehículo con los asientos rotos, al cual todo le suena y al que no le cierran bien las puertas o las ventanas.
Por supuesto y para que no aparezcan los comentarios de siempre, está claro que no se puede generalizar. Existen vehículos que sí cumplen con estos y otros requisitos mínimos, incluso, los hay que cumplen con las exigencias para satisfacer aquellas necesidades relacionadas con las personas con alguna limitación física; sin embargo, y eso también hay que decirlo, son excepciones que confirman la regla.
La cosa se complica todavía más cuando en lugar del vehículo, observamos las características de aquellos que brindan el servicio de taxista formal o informal. La presentación personal en su gran mayoría deja mucho que desear, me ha tocado ir con taxistas que andan en camiseta de tirantes, pantaloneta y chancletas; todavía se podría discutir si aquello es tolerable en las playas o en zonas muy calurosas, sin embargo, resulta improcedente en la ciudad capital o en las cabeceras de provincia.
Ahora, si además de la presentación personal consideramos la conducta de la mayoría de los que se dedican a esta actividad, ahí la cosa se vuelve decepcionante y muestra la cara más negativa para los usuarios de los taxis formales e informales. Otra vez, no se puede generalizar porque hay personas que brindan un servicio en el que se trata bien al usuario y la “carrera” se vuelve una experiencia gratificante, pero esa situación no es lo que sucede frecuentemente en nuestro país.
Ya no solo muestran una conducta agresiva a la hora de manejar, sino que se enojan con el usuario cuando no cancela el servicio con el dinero completo o con un monto para el que sí tienen cambio. ¡ No ve que vengo entrando a trabajar!, suelen exclamar con enojo a la persona que contrata su servicio; como si esto fuera un problema imputable al usuario o del que deba hacerse responsable.
Estoy seguro que quienes tengan la paciencia de leer estas líneas, podrán reafirmar estos ejemplos y comentarán otras situaciones en las que han debido de lidiar con la mala educación y el irrespeto de muchas de estas personas. En todo caso, el punto que queremos señalar, es que el taxista informal debe cumplir con una serie de requisitos y obligaciones para con el usuario, y al igual que el taxista formal, no puede ir por la calle comportándose y haciendo lo que les da la gana.
La libertad es un valor supremo para el ser humano, pero un irresponsable como Otto Guevara no puede manipular su significado con interpretaciones demagógicas para pretender conquistar votos a costa del desorden en un servicio público como el de taxi. Pero la culpa es de aquellos que se dejan llevar por este tipo de personajes que, lejos de beneficiar al país y a sus pobladores, nos genera más problemas que soluciones.
Los porteadores o como se les quiera llamar deberían ir a pedirle cuentas a ese personaje y a su partido político. Ahora, lo que sí está claro es que el usuario y el resto de ciudadanos de este país, no tenemos que pagar las consecuencias de las irresponsabilidades de Otto Guevara, el Movimiento Libertario y de todos aquellos políticos ineptos que no tienen la capacidad de interpretar y normar adecuadamente el servicio público de taxi.

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