lunes, 6 de junio de 2016

Mi corazón late a la izquierda

Todos los seres humanos tenemos un corazón que late del lado izquierdo, sin embargo, hay algunos que preferirían que lo haga a la derecha. Aunque la dicotomía izquierda-derecha es un reduccionismo y no permite observar las diferentes variantes de la realidad, sí sirve para manipular a la mayoría de la población que no está interesada en entender la realidad en su complejidad.
A los más informados el título de estas líneas les remite a Oskar Lafontaine. Salvo por el cambio que hacemos de un “La” por un “Mi”, se trata de un título que encierra una preferencia ideológica pero sosegada; en otras palabras, en la misma perspectiva del ex-ministro de finanzas alemán que decía en su libro: “Los socialdemócratas tienen la tarea política de amansar un capitalismo feroz”
Evidentemente, en estos tiempos, los socialdemócratas europeos de la segunda mitad del siglo XX han desaparecido. Los Olof Palme y los Willy Brandt, por ejemplo, nunca pudieron tener un relevo generacional que mantuviera los ideales por una sociedad con más equidad y menos egoísta; se trata, en palabras sencillas, de un proceso histórico en que los intereses de unos pocos triunfaron sobre los intereses de la mayoría que, a estas horas, todavía no se han dado cuenta de esta situación.
Y es que, nos guste o no, poderoso caballero es don dinero. En efecto, en la mayoría de los casos, las acciones de personas que abogan por los ideales de la izquierda se dan a puro corazón; en cambio, en la derecha, sus acciones están permeadas por un interés económico muy claro y, en no pocas ocasiones, los soldados de esas causas son premiados con dinero que les permite mejorar su modo de vida.
Ello es así porque se ha posicionado en la mente de las personas que la izquierda debe vivir en la indigencia para ser coherente. Esta falacia ideológica de la que ya hemos escrito, lo que hace es desacreditar a las personas que tienen ideas de izquierda y que tienen un nivel de vida relativamente acomodado; es decir, la falacia consiste en decir que para ser de izquierdas es necesario, irremediablemente, vivir en una especie de estado de indigencia permanente.
La socialdemocracia europea siempre abogó por una economía que permitiera una mejor distribución de la riqueza y una sociedad que ofreciera a sus ciudadanos múltiples oportunidades para desarrollarse. A diferencia del neoliberalismo actual, no se trataba de un asistencialismo generador de dependencia sino de una socialdemocracia que veía en la educación y en la multiplicación de las oportunidades de acceso a ella, el medio para lograr que las personas fueran más independientes y se desarrollaran de manera integral.
No obstante y a la par de esa idea central, abogaban por un régimen político democrático. No estaban de acuerdo ni con las dictaduras de izquierda y tampoco con las de derecha, debían ser los ciudadanos quienes establecieran sus representantes en los órganos de gobierno y para ello debía propiciarse la alternancia, es decir, en lugar de regímenes a favor de la reelección indefinida debía propiciarse la renovación de los liderazgos en las distintas sociedades.
Mi corazón late a la izquierda porque añoro que la sociedad le brinde a la mayoría de los ciudadanos las oportunidades para desarrollarse como ser humano. Es preferible que las personas se ganen, con su propio esfuerzo, la posibilidad de un futuro mejor; sin embargo, para que ello sea posible, debemos ofrecerle a los niños que nacen en las condiciones más precarias, la posibilidad de acceder a un sistema de salud y educación que lo saque de la situación en la que le tocó nacer.
El problema es cuando la sociedad no brinda esas oportunidades o por el contrario, comienza a restringirlas o eliminarlas. En estos tiempos seguimos escuchando personas que en lugar de promover una mayor cobertura de los servicios de salud públicos, abogan por una restricción de los mismos para beneficio de los servicios de salud privados; o lo que es lo mismo, buscan deteriorar la educación pública y promueven la idea que toda la educación privada es mejor que la pública.
Muchos somos hijos de personas que no tuvieron la oportunidad de estudiar. No obstante, nuestros abuelos y padres crearon un sistema para que los niños y jóvenes que deseaban hacerlo y tenían una condición económica desfavorable pudieran hacerlo; pues bien, ahora nos toca a nosotros sostener y ampliar ese sistema que nos legaron nuestros antepasados.
Mi corazón late a la izquierda y no entiendo por qué hay gente que quiere ir contra la biología de los seres humanos.

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