lunes, 7 de diciembre de 2015

Las fiestas de final y principio de año son un vacilón

A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, en Costa Rica el final de año coincide con la conclusión de varios procesos que son propios del desarrollo de la mayoría de los costarricenses. Se trata de una coincidencia que genera una especie de sinergia que crea las condiciones ideales para celebrar el final y el principio de proyectos, anhelos o propósitos; en fin, es una catarsis que no es posible sentirla si usted está en otro país.
Evidentemente esto que estoy describiendo se enmarca en un subjetivismo que no pretende que sea compartido por otras personas. Se trata de una comparación basada en la intensidad con que la gente vive esta época; es decir, es una contrastación entre el costarricense promedio y su homólogo europeo, que es la sociedad en las que he tenido oportunidad de vivir.
Si nos ubicamos en la perspectiva de la finalización de un ciclo laboral, el décimo segundo tiene diferentes implicaciones si se compara con lo que ocurre en nuestro país. En países europeos el mes de diciembre no supone el final de un año de trabajo, ello debido a que las vacaciones anuales se disfrutan en los meses de julio y agosto; en cambio, aquí se experimenta el término de un año de labores y las vacaciones se suelen tomar en los meses de enero y febrero.
De igual manera, el ciclo lectivo de la mayoría de los costarricenses encuentra en la época de diciembre la culminación del esfuerzo realizado en los diferentes centros de educación formal. Para este momento se tiene claro los resultados obtenidos y en la mayoría de los casos ello supone motivo de celebración; de igual modo, los que no tuvieron buenos resultados, probablemente aprovechan para reflexionar y de alguna manera la dinámica colectiva les sirve para replantearse sus objetivos.
El fenómeno también tiene que ver con un cambio en el clima, ya que para esos tiempos suelen romper los vientos alisios. Lo anterior supone un refrescamiento del ambiente pero sin que ello se deba a la lluvia que para ese momento ya ha cesado, dicho de otro modo, imperan días despejados con un sol que no genera los calores del verano de los meses siguientes y tampoco los bochornos de la época de invierno en que las mañanas cálidas, generan el vapor que se va precipitar por las tardes en forma de fuertes y abundantes aguaceros.
Al contrario de lo que sucede aquí, en los países europeos llega el invierno y el frío no invita a la celebración sino al recogimiento. La nieve que puede ser algo estéticamente muy agradable a la vista, produce una serie de trastornos en la vida de las personas; en efecto, el frío extremo provoca desde enfermedades respiratorias hasta trastornos de conducta importantes, ello unido a las complicaciones para transportarse o para ir a trabajar, provoca un estado de cosas que no invita a la celebración y al jolgorio.
Como se puede apreciar, existen factores que crean una especial predisposición para la actitud que asume el costarricense en el final del año. Algunas personas, por supuesto, le suman a lo anterior la creencia religiosa difundida por el cristianismo; sin embargo, aunque no se puede negar la motivación que ello tiene, se ha podido observar que no es determinante porque existen no creyentes que también disfrutan de las fiestas de fin de año con un estímulo diferente al religioso.
En este último caso, la reunión con los familiares y amigos se convierte en un espacio anhelado que suele escasear a lo largo del año. La vorágine laboral en la que discurre la mayoría de los días de creyentes y no creyentes, impiden interactuar con familiares o amigos en una tertulia que se vuelve un placer para los sentidos; en muchos casos, Diciembre es la oportunidad para dejar el contacto virtual y lograr un abrazo o un apretón de manos que es agradecido por nuestros sentidos.
Lo anterior se une al disfrute gastronómico que, como todos sabemos, comprende no solo las comidas sino también las bebidas. En este punto, sin lugar a dudas, impera las más profundas remembranzas a los seres queridos para aquellos que ya no los tienen y los antojos para quienes todavía tienen la posibilidad de degustarlos; se recomienda no excederse con las bebidas y tampoco con las comidas, empero, las restricciones y recatos se vuelven odiosos en estos días.
Y esta actitud no es nueva, por eso el recordado filósofo español, Constantino Láscaris decía que: “El costarricense tiene un verbo importantísimo para indicar la diversión, y es vacilar. Y una fiesta muy divertida será un vacilón. (…) Vacilar es siempre un acto social, tiene que ser entre varios. “Coger una buena juma” o emborracharse (en compañía) es vacilar; formar una “turba” o una “pelota” de amigos y contar chiles (chistes, de origen remoto de La Rioja) también. (…)”. (Láscaris, El costarricense, 1975, p.239).
En Diciembre los costarricenses vacilamos y la forma en que lo hacemos es lo que nos distingue de otros países. Disfrutemos estos días con responsabilidad, vacilemos, pero no dejemos que nuestros sentidos se pierdan en el desconcierto de los excesos y mucho menos que rompan la armonía familiar que tanto valoran los más pequeños.
¡Ahhh, recordemos que después de Diciembre viene la cuesta de Enero!

No hay comentarios:

Publicar un comentario